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( scuchado en una fila de cine, de una Doñita a un Don: “¡Ay, ya bájale a tu estrés! ¡No vamos nada tarde! Las funciones dicen empezar a tal hora, pero meten como 10 minutos de cortos pa’ que la gente llegue a tiempo a la peli, ¡o sea que vamos bien!” Y yo díjeme pa’ mis adentros “esteeee… no. La estructura de la prestación del servicio de la empresa incluye ese tiempo de promoción, es una estrategia de difusión de nuevas películas, es para su posicionamiento y se emocione para venir a verla, no un chance pa’ que se dé el lujo de llegar tarde.”
Me hubiera encantado decirlo, pero pa’ qué. La idea de la Doñita es compartida por mucha gente; es lo que llamamos una conveniencia. Es como cuando alguien organiza una fiesta y establece una hora de llegada, se sobreentiende que prácticamente nadie llegará a esa hora; la conveniencia social indica que no hay problema si se llega una o dos horas después… menos los aferrados como yo. Yo llego a la hora que me dicen.
A veces, vox populi dice y hace lo que quiere, pero eso no significa que tiene razón. Por ejemplo, en el cuento de Hans Christian Andersen se establece una conveniencia: nadie va a decir que el rey va encuerado pa’ no evidenciar su ignorancia, hasta que un niño grita lo que a leguas se ve: “¡El rey va desnudo!”
Pronto estaremos inmersos en la cultura de la consulta popular, donde -por lo que entiendo- se nos preguntará prácticamente de todo. No sé tú, pero yo aún no cacho bien la idea de que el que manda me pregunte por cosas que no sé y ni entiendo. Creo saber cómo responderá la gente, pero también imagino que en algún momento habrá bastantes “niños” gritando lo que es evidente.
¿Que será incomodo? Pues igual y sí. Será como esa incomodidad que se crea cuando llegas sobre los cortos del cine e intentas pasar por encima de mí para llegar a tu asiento en medio de la fila. De jodido un rodillazo te llevas; pero está convenido, ¿no?