Milenio Tamaulipas

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

- Armando Fuentes Aguirre Catón

El papá de Pirulina vio cómo el galán de su hija la besaba con ignívomo arrebato pasional. Al día siguiente la reprendió: “No me gustó cómo te besaba ese muchacho”. “A mí tampoco, papi -replicó Pirulina-. Pero ya aprenderá; ya aprenderá”. Don Escolástic­o pasó a mejor vida. En la funeraria su único hijo lloraba desconsola­damente. Su mamá lo abrazó con ternura: “No llores, hijo mío. A lo mejor ni era tu padre”. Una mujer llegó hecha una furia al consultori­o del doctor Miltonio. Le dijo en tono airado: “Antes mi marido me hacía el amor diariament­e, y en ocasiones hasta dos veces en el mismo día. Lo hice venir aquí a fin de que usted le bajara el ímpetu sexual, y ahora ya nunca se me acerca. ¿Eso es lo que hace un psiquiatra?”. “No soy psiquiatra, señora -replicó el facultativ­o-. Soy oftalmólog­o. Y lo único que hice fue graduarle lentes a su esposo”. Don Añilio, maduro caballero, le aconsejó a su nieto mayor: “En la vida, hijo, hay vino, mujeres y canto. Tú concéntrat­e en las mujeres. Cuando tengas mi edad te sobrará tiempo para cantar y emborracha­rte”. Los recién casados llegaron a la suite nupcial donde pasarían su noche de bodas. El novio, nervioso, no acertaba a meter la llave en la cerradura de la puerta. “Espero -le dijo su flamante mujercita- que después tengas mejor puntería”. Es muy feo darle una cachetada a un muerto, y más cuando se trata de una persona ilustre. Eso precisamen­te hacen los diputados y diputadas de Morena cuando en el recinto de la Cámara (cada vez más) Baja se ponen a gritar el lema “Es un honor estar con Obrador”. Le dan una cachetada a Montesquie­u -que en paz descanse-, autor de la célebre teoría de los frenos y contrapeso­s, según la cual un poder necesita tener frente a sí a otro que lo equilibre y lo detenga cuando haga mal uso de sus atribucion­es. En buena parte la democracia se finca en la división de poderes, y en la independen­cia entre ellos. Con sus continuos vítores a AMLO los supuestos legislador­es muestran que están rendidos de antemano ante el poder ejecutivo. Si consideram­os la grosera compra de títeres del Verde para tener mayoría absoluta en el Congreso, ya se entenderá que no habrá quien limite la voluntad del futuro Presidente. Con partidos así prostituid­os, y con un líder que parece tener vocación de poder absoluto, quién sabe qué nos espere. Sólo una prensa libre y una ciudadanía vigilante podrán acotar al poder presidenci­al, que se avizora omnímodo, absoluto. Preparémon­os, pues, a regresar a los pasados tiempos del “¿Qué horas son?”. “Las que usted mande, señor Presidente”. Un individuo fue a la consulta del doctor Ken Hosanna y le dijo: “Doctor: tengo un apetito sexual incontenib­le. No me puedo quitar el deseo de la mujer”. Le recomendó el facultativ­o: “Cásese. Así ese deseo se le irá quitando poco a poco”. Babalucas era asediado de continuo por un sujeto que a toda costa quería venderle un tostador de pan que funcionaba con el vapor de una caldera. Cierto día vio a través de la ventana de su casa que el insistente vendedor venía a buscarlo. Le dijo apresurada­mente a su mujer: “¡Dile que no estoy!”. Y se fue la cocina para que el tipo no lo viera. A poco la señora fue y le dijo: “Ya le repetí varias veces que no estás, pero no me lo cree”. “Bueno -suspiró resignado Babalucas-. Pásalo, a ver si yo lo puedo convencer”. Iban a bautizar al hijo de doña Letea. Preguntó el sacerdote: “¿Dónde está el niño?”. “¡Ah! -exclamó ella-. ¡Ya sabía yo que algo se me había olvidado!”. El ordenador le preguntó a la computador­a: “¿Qué te parece si nos enchufamos, linda?”. Respondió ella: “Esta noche no. Traigo un virus”. “¡Lástima! -exclamó el ordenador-. ¡Ahora que traía el disco duro!”. FIN.

Mirador

Me habría gustado conocer a la señorita Leslie Mae Brown.

Era la maestra de la escuela dominical de un pequeño pueblo de Missouri. Cierto día acudió ante el pastor del templo y le dijo que había decidido renunciar.

-Usted predica acerca del infierno -explicó-, y yo no creo en él. Quiero enseñar a mis niños el amor de Dios. La existencia de algo como el infierno se contrapone a su misericord­ia. No puedo enseñar algo en lo que no creo. El pastor se preocupó.

-Si dejamos de hablar del infierno -le dijo a la señorita Brown- aumentará el número de pecadores. Muchos vienen a la iglesia por temor.

Replicó ella:

-Deberíamos procurar que vengan por amor. La Biblia dice: “Dios es amor”. No dice: “Dios es temor”.

Me habría gustado conocer a la señorita Brown. Sabía que el que ama a Dios no le teme, y el que teme a Dios no lo ama. ¡Hasta mañana!...

Manganitas

“. Disminuye en Europa la tasa de nacimiento­s.”.

Todo esfuerzo ha sido vano para que haya población. Enviémosle­s por avión uno que otro mexicano.m

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