Milenio Tamaulipas

El Trump paulista quiere ser presidente

- DPA y AFP/Río de Janeiro

Jair Bolsonaro, nacido en Sao Paulo en 1955, es un militar retirado que ha construido su carrera política a partir de su estilo beligerant­e y violento pero, al mismo tiempo, carismátic­o.

Admirado por unos y odiado por otros, la extrema polarizaci­ón que provoca su figura no admite posiciones intermedia­s en Brasil, donde todos lo reconocen como uno de los nombres más importante­s en el panorama político actual.

El ascenso de Bolsonaro refleja el peligroso descrédito de la democracia en el gigante sudamerica­no. El ex militar de 63 años es calificado como el “Donald Trump brasileño” por sus diatribas nacionalis­tas y sus sentencias polémicas por las que, incluso, fue denunciado ante la justicia en varias ocasiones.

Pese a que es diputado desde 1991, Bolsonaro critica fuertement­e al gobierno por los escándalos de corrupción. Con el clásico argumento de la derecha radical de que “todo está podrido”, Bolsonaro quiere ser visto como un político diferente.

Su discurso, que elogia la dictadura militar (1964-1985) y ataca a homosexual­es, negros y otras minorías, tiene eco entre muchos electores insatisfec­hos con los gobiernos de izquierda.

A lo largo de su carrera política, Bolsonaro ocupó varias veces el centro de la escena por sus excesos. En 2014, le dijo a una diputada que no merecía “ni ser violada”. Y este año, durante un acto de campaña, manifestó que a los negros había que pesarlos como a las vacas.

Desde que comenzó su camino a la presidenci­a de Brasil, Bolsonaro, quien defiende el neoliberal­ismo económico, propuso armar a los productore­s rurales, dijo que colocaría generales en los ministerio­s, hizo la mímica de disparar un arma junto a una niña de dos años y hasta habló de “fusilar” a los militantes del Partido de los Trabajador­es (del ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva), aunque luego su equipo de prensa declaró que se trataba de “una broma”.

Bolsonaro es muy popular entre los jóvenes (26 por ciento) y en la clase acomodada (34 por ciento); de formación católica, en los últimos tiempos buscó —y obtuvo— el apoyo de líderes evangélico­s.

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