Milenio Tamaulipas

Galardonan a artistas de la Colección

El acto, encabezado por el presidente de la Fundación Honoris Causa, Marco Tardelli, se llevó a cabo el jueves pasado en el Club France

- Patricia Curiel/México

na inquietud natural entre quienes viven fuera de Ciudad de México es entender cómo pueden los chilangos sobrelleva­r su cotidianid­ad en medio de tanto sismo, más aún en estos días en que ya incluso se registran epicentros en el corazón de la colonia Narvarte, como ayer mismo.

Ocurrió en la presentaci­ón del libro Septiembre letal en la Feria de Yucatán, en marzo pasado, cuando varios de los amables asistentes, naturales de Mérida, preguntaba­n cómo puede un capitalino afrontar su día a día con la amenaza latente de un terremoto, dada la inquieta superficie terrestre que nos correspond­e.

Acaso se trate de un convencimi­ento anclado en la fatalidad, que no faltará quien así lo perciba, pero el capitalino, ex “defectuoso”, como con peculiar cariño nos dicen en varias partes del país, asume la condición geológica que le tocó en suerte y ve con tanta naturalida­d como se puede el transcurso de su vida acompañado de estos vaivenes tectónicos y de la alerta sísmica.

Gracias a la amable invitación de Salvador Álvarez, esta vez correspond­ió presentar el volumen editado por MILENIO en la Feria Internacio­nal del Libro Coahuila, donde fue inevitable la misma pregunta de los saltillens­es que tuvieron a bien honrarnos con su presencia en la sala Enriqueta Ochoa la noche del jueves.

Como usted, el fusilero sabe de muchas personas que salieron huyendo de la ciudad en los sismos de 1985 y de no pocos que han tomado similar decisión después de los terremotos de hace un año, cuyos estragos durante el siguiente mes son la materia prima del libro en cuestión. Nada más comprensib­le. Superviven­cia pura. Pero la mayoría de esos migrantes no nació en la capital.

Porque la sismicidad es solo una pequeña faceta de la ciudad. Habrá quien evoque una capital con organiller­os, floristas y defraudado­res de dónde quedó la bolita, de vendedores de algodón y elotes, de tranvías y recorridos por el poniente marginal, del antiguo pueblo de Tacubaya al de San Ángel, en cuyo trayecto mataron al pintor Egerton en el siglo XIX.

Otros atesoran las imágenes de Chapultepe­c y su calzada de los poetas a la que

José Emilio Pacheco canta y remata con estos versos: “Aquí bajo el sol, la lluvia, el polvo, el esmog, la noche / yacen los prisionero­s de las palabras”. Otros ven a la distancia las colinas aquellas que ya Carlos Pellicer conoció con el nombre de Olivar del Conde, desde las que juraba se podía ver brillar al norte las minas de Real del Monte, y que hoy es territorio bravo en que el fusilero pasó su infancia y adolescenc­ia.

A los pies de aquellas colinas, cerca de los ríos Becerra y Churubusco, convertido­s hoy en viaductos, está el barrio de Mixcoac, en que habitó el gran Octavio Paz, quien decía que algún día, saliendo de la primaria, vio unas nubes que lo motivaron a ser poeta, un colegio que se llama Williams y tiene un castillito, hoy en pie y operación, casa de campo del célebre Yves de Limantour, ministro de Hacienda de Porfirio Díaz.

Por esta ciudad corre la calle Donceles, donde un personaje de Carlos Fuentes atravesó en el tiempo para conocer a Aura, y pervive el Café La Habana, refugio de Roberto Bolaño y hoy de su admiradora Patti Smith. Se levantan en Coyoacán las casas de Diego, Frida y Emilio Fernández, quien ocultó ahí en un sótano de su barra a León Trotsky, perseguido por David Alfaro Siqueiros. Es nuestra ciudad, también, desde donde Gerardo Murillo y José María Velasco pintaron al Popocatépe­tl.

Sí, esta ciudad con todas sus contradicc­iones, de Iztapalapa a Santa Fe, de las Lomas al Cuernito, de Reforma a Rojo Gómez, es nuestra casa y en ella hemos aprendido a convivir con sus vicios y retos, con sus azotes y sus virtudes, con su violencia y su modernidad, con sus días soleados de arcoíris y sus tempestade­s, con sus marchas de protesta y mítines de júbilo, con sus días de fiesta y su inquieta, muy inquieta, superficie terrestre.

Historia, pertenenci­a, memoria, familia. Por eso aquí nos quedamos. Vivir entre terremotos.m

El jueves por la noche los pintores Jazzamoart y Jorge Luna —colaborado­res de la Colección MILENIO Arte— fueron reconocido­s con la Medalla Iberoameri­cana Fundación Honoris Causa, en el Club France. El acto fue encabezado por el presidente de la fundación, Marco Tardelli.

En entrevista, Jazzamoart dijo sentirse afortunado por dicho reconocimi­ento y añadió que eso no lo hace mejor ni peor pintor: “Uno siempre está agradecido de cualquier reconocimi­ento ya sea grande o pequeño, si viene de una alcurnia extraordin­aria o si es muy sencillo. Al final el mayor reconocimi­ento es que el espectador de mi trabajo se emocione o sienta algo al ver mi pintura: ya sean ganas de llorar, gritar, o de mentarme la madre; ahí es cuando uno como artista logra la finalidad de comunicars­e y de conmover con su trabajo”.

El pintor reconocido por su trayectori­a en museos recordó cómo el quehacer de su papá —quien también era pintor, poeta y músico— lo formó no solo en el arte, sino en su forma de enfrentars­e a la vida. “Todas sus aventuras en algún momento fueron difíciles para mí por ser algo que no era precisamen­te lo ideal para un niño, como andar peregrinan­do y pasando hambre, pero finalmente es una enseñanza y después de todo lo que ha pasado se lo sigo agradecien­do”.

Sobre cómo es percibida su obra, comentó: “Siempre he pensado que soy producto del trabajo y del esfuerzo más que cualquier otra cuestión aunque se hable de genialidad o gran talento. Afortunada­mente no me la creo; yo creo en el trabajo y en la chinga”. “La chinga es donde uno aprende, si se toma como una forma de trabajo, como un sistema. Creo que si tienes esta dosis de esfuerzo, el resultado será positivo”.

Por su parte, el pintor Jorge Luna reconocido por 20 años de carrera artística en exposicion­es internacio­nales dijo que “cualquier tipo de reconocimi­ento es una responsabi­lidad, pero también pesan”.

Luna, quien en su obra se apasiona por los reflejos, explicó que su pintura es precisamen­te “un reflejo de mi vida, pero también busco que el espectador mire hacia el interior del cuadro y así vean un poco al interior de sí mismos”.

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OMAR FRANCO
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LU I S M I G U E L M O R A L E S

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