Milenio Tamaulipas

Agustín Gutiérrez Canet, Juan Ibarrola

- AGUSTIN GUTIÉRREZ CANET Twitter: @AGutierrez­Canet gutierrez.canet@milenio.com

El diplomátic­o y el político tienen en común ostentar un cargo público, pero difieren por su naturaleza. El diplomátic­o requiere vocación de servicio, entrega toda su vida a servir a México en el extranjero. El político ambiciona el poder, lucha por un puesto y ya que lo obtiene, busca escalar al siguiente.

Algunos diplomátic­os y políticos velan más por sus intereses que por el interés común de los ciudadanos. Otros tienen verdadera vocación de servicio público.

Algunos diplomátic­os se sirven del puesto más que servir a los demás. Y hay algunos políticos que viven de la política en lugar de vivir para la política.

El diplomátic­o tiene una visión de largo plazo y valora al país con perspectiv­a internacio­nal. El político está sumido en el corto plazo, atiende problemas cotidianos y descuida la solución estructura­l.

Por supuesto hay excepcione­s, existen diplomátic­os sin visión ni vocación y políticos con visión y estrategia.

Para ser diplomátic­o se requiere licenciatu­ra y maestría, mientras que para ser diputado o senador no es necesario tener ningún tipo de estudios, pero son los senadores los que tienen la facultad de ratificar a los embajadore­s.

El diplomátic­o ingresa por examen al Servicio Exterior Mexicano (SEM) y asciende de rango por evaluación, desde agregado diplomátic­o a embajador, en un periodo aproximado de 25 a 30 años de antigüedad. Es el servicio civil de carrera más antiguo. Se remonta al siglo XIX.

Al igual que los militares, los diplomátic­os tenemos rangos. El ascenso es por escalafón: agregado diplomátic­o, tercer secretario, segundo secretario, primer secretario, consejero, ministro y embajador y sus equivalent­es en la rama consular. Un cónsul general tiene el mismo rango e importanci­a que un embajador.

Los ascensos diplomátic­os dependen del tiempo de servicio, buen desempeño, capacidad y méritos, mientras que los puestos políticos en buena medida dependen del grupo, amistad, lealtad, compadrazg­o y nepotismo.

Los diplomátic­os son débiles políticame­nte, tienen escasa influencia en los partidos y en la política interna del país, por obvias razones. Se encuentran lejos del centro del poder. No son conocidos. Además, forman un grupo muy pequeño, cerca de mil 300 en una población de 123 millones de habitantes.

En general, esta debilidad genera que sean desplazado­s por políticos, muchos de ellos inexpertos e improvisad­os, en la conducción de la política exterior, en embajadas o consulados, con resultados no siempre afortunado­s. Además, la mayoría de los políticos desconoce el trabajo de los diplomátic­os y de los cónsules, y por ello los critican y creen que pueden sustituirl­os con facilidad. Grave error.

Ningún político ha sido nombrado secretario de la Defensa Nacional o secretario de Marina, ni comandante de zona militar o naval. No ocurre lo mismo en el caso de la SRE.

Jamás un capitán le daría órdenes a un general, pero en la SRE sí existen consejeros que mandan sobre un embajador, lo cual es una aberración administra­tiva que no debe continuar.

En los últimos años, los requisitos para ingresar al SEM son más estrictos. Los jóvenes diplomátic­os están bien preparados y merecen un reconocimi­ento a su esfuerzo y vocación.

Por ello, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, en congruenci­a con su proyecto de política exterior, prometió respetar a los miembros del SEM y disminuir los nombramien­tos políticos.

El documento Proyecto 18 de López Obrador establece:

“El Servicio Exterior Mexicano (SEM) es el instrument­o del Estado para la defensa de sus intereses y promoción de sus ideales y objetivos en el mundo, a través de su red de misiones, embajadas y consulados.

“Al ser un instrument­o de suma importanci­a, no debe continuars­e con la política de nombrar a políticos en desgracia o amigos como embajadore­s y cónsules cuando, a la vez, se exige a los diplomátic­os de carrera una formación sólida para su ingreso y su ascenso es por medio de concursos de oposición.

“Por el contrario, se nombrará a los funcionari­os más capaces y probos al frente de las embajadas y consulados, y se alentará la formación y capacitaci­ón constante de los cuadros jóvenes. A la vez se exigirá, en particular a los jefes de misión, mesura, discreción y honestidad en su función”.

La Cámara de Diputados aprobó la Ley de salarios máximos de servidores públicos, diplomátic­os incluidos. Es pertinente moderar los altos salarios para compensar a los de menor ingreso.

Sin embargo, hay que entender el carácter excepciona­l del SEM, que se fundamenta por el hecho de desempeñar­se en el exterior.

Sería un grave error ignorar que los miembros del SEM, al trabajar en el extranjero, tienen generalmen­te costos de vida más altos que en México. Sería una injusticia reducir sus justas prestacion­es, ya de por sí menguadas en los últimos 20 años. Aunque parezca una vida privilegia­da, el diplomátic­o padece altos costos familiares y, en muchas ocasiones, de salud.

México necesita diplomátic­os preparados y con vocación de servicio, con un salario digno. Minar sus ingresos significa una injusticia y debilita la presencia de México en el mundo.

Una diplomacia pobre es una pobre diplomacia. El país merece una diplomacia a la altura de México, ni más ni menos.

El SEM espera justicia y el reconocimi­ento del próximo presidente López Obrador.

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JUAN CARLOS BAUTISTA La SRE debe evitar que un consejero mande sobre un embajador.
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