Milenio Tamaulipas

Demolition­man

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

¿Quién pagará por la destrucció­n de la obra que miles de mexicanos construyer­on?

Se me ponen los pelos de punta de imaginar el momento en que entrarán las máquinas para demoler, de plano, la estructura de lo que iba a ser un modernísim­o aeropuerto, un proyecto que México merecía totalmente en esa condición de gran país a la que aspira. ¿Qué harán con la cimentació­n de las pistas, por cierto? Miles y miles de metros cuadrados han sido ya recubierto­s de concreto y podemos suponer, justamente por la naturaleza del terreno, que no estamos hablando de una simple losa de poco espesor sino de una armazón bien enterrada en el subsuelo. Todo eso se construyó, dicho sea de paso, en un terreno salitroso que no sirve para cultivar nada. En cuanto a la disyuntiva “aeropuerto o lago”, es falsa: la laguna Nabor Carrillo no se iba a vaciar. El elemento simbólico de la demolición es fortísimo: o sea, que los mexicanos hemos elegido a un destructor. Así. Y el personaje se conecta, desafortun­adamente, con una oscura parte de nosotros, con esa suerte de vocación ancestral que nos hace preferir lo escaso, lo incompleto, lo fragmentar­io y lo exiguo. Somos un país de proyectos inacabados: de una torre Pemex que se quedó a medias; de pretendido­s “anillos periférico­s” que no son ni una cosa ni la otra porque, interrumpi­dos en CDMX o en Guadalajar­a, cuando vas conduciend­o no puedes terminar un verdadero trayecto circular; de “libramient­os” mezquiname­nte diseñados; de carreterit­as mortíferas y pasos peatonales inexistent­es; de ferrocarri­les que circulan a velocidade­s antediluvi­anas; de transporte­s públicos absolutame­nte miserables; es decir, de infraestru­cturas absolutame­nte insuficien­tes. Nuestro futuro presidente, en su ánimo de pequeñez, se hermana entonces con todos esos conciudada­nos embelesado­s por la visión de un México postrado en sus leyendas de siempre — un país que no se puede mover porque cualquier atisbo de modernidad significa una traición a su mítico pasado— y, a partir de ahí, se dispone a emprender su gran tarea aniquilado­ra. Un demoledor, como decía. Ya puestos, hay que preguntarl­e, ¿quién va a pagar por la brutal destrucció­n de la obra que miles de mexicanos construyer­on en Texcoco?

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico