Milenio Tamaulipas

Nadie nos salvará

- ROBERTA GARZA @robertayqu­e

Recuerdo bien el triunfo de Vicente Fox. Muchos imaginábam­os que, con la caída del PRI, llegaría mágicament­e un país de leyes, moderno, próspero, justo y libre. La voracidad de Marta Sahagún y de sus hijos no era ningún secreto.

Todos escuchamos claramente ese infantil ¡hoy, hoy, hoy! Las credencial­es de Lino Korrodi eran, desde entonces, turbias, y las limitacion­es intelectua­les de la nueva pareja presidenci­al eran evidentes.

Sin embargo muchos elegimos creer, esperar, soñar con que, un día después de la toma de posesión, tendríamos un paíshabita­ble.

Acompáñeme a ver esta triste historia: Fox optó por dejar prácticame­nte intacta la estructura matriz de la dictadura, operando sobre sus viejos vicios, y pocos le exigieron lo contrario.

No todo fue en vano: haber sacado al proceso electoral del control del Estado, haber respetado la independen­cia del Legislativ­o y permitido la libertad de expresión, entre otros, no fueron logros menores.

Pero el embrión de la sociedad civil nació muerto a la sombra de Vamos México, de Romero Deschamps y de Elba Esther.

De lo que siguió con Calderón, mejor ni hablemos.

Dieciocho años después me sigue causando escozor mi ingenuidad de entonces.

El mismo malestar siento hoy cuando veo a medio país de rodillas ante un nuevo presidente que se anuncia como el “cambio verdadero” mientras se comporta como, y se rodea de, lo peor del priismo más arcaico.

Y no, no es asunto de esperar a ver cómo gobernará, que esa lagartija ya está muy apedreada: los resultados de las administra­ciones de AMLO a la fecha son indistinto­s a los de cualquier funcionari­o de carrera promedio, de cualquier partido.

Lo asombroso es que tanto su desempeño deslucido como sus gastados gestos nacionalis­tas, autoritari­os y populistas —el uso de indígenas y pobres como escenograf­ía; el énfasis en símbolos patrios anquilosad­os, como el petróleo o el maíz; la centraliza­ción de las fuerzas policiales bajo una autoridad personal; los ataques a institucio­nes que puedan hacerle contrapeso, como la prensa o el INE— son vistos por sus acólitos como brillantes, frescos y esperanzad­ores.

No lo son. Porque el gobernante López Obrador es y será apenas un reflejo de la tesitura cívica de sus gobernados.

Mientras sigamos entendiénd­onos como meros receptores subsidiari­os —y, por ende, al presidente como un tata salvador de donde emanan todos los dones dignos de ser recibidos por el pueblo bueno—, en vez de como participan­tes primarios y activos de nuestra democracia, no habrá tlatoani alguno que pueda rescatarno­s de nosotros mismos.

El futuro de México no está hoy en manos de López Obrador, así como no estuvo antes en las de Peña Nieto, Calderón o Fox, sino en la suma de las ideas y conductas, virtuosas o viciosas, de todos los mexicanos.

Y el que nos arrebolemo­s una y otra vez a los pies del ungido en turno, en vez de tener constantes diálogos respetuoso­s, inclusivos y críticos sobre su desempeño real, no es precisamen­te un buen augurio.

No es asunto de esperar a ver cómo gobernará, que esa lagartija ya está muy apedreada

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