Milenio Tamaulipas

“A todo cambio de régimen correspond­e una reacción del statu quo”

- Ricardo Monreal

Fue la ceremonia inaugural de un cambio de régimen. Las y los especialis­tas en historia que han reseñado el nacimiento de nuevos regímenes, desde Alexis de Tocquevill­e hasta el abate Emmanuel Sieyès, pasando por Theodor Mommsen, Eric Hobsbawm y Elizabeth Eisenstein, nos hablan de al menos cuatro elementos:

1) Conciencia histórica: la expresión “Cuarta Transforma­ción de la vida pública nacional” o “4T” sintetiza la propuesta. Se reconoce la herencia de tres luchas históricas: la Independen­cia (soberanía y Estado moderno), la Reforma (libertades cívicas y separación de poderes) y la Revolución (igualdad y justicia social). La 4T plantea retomar el rumbo de nación que el llamado proyecto neoliberal o Ancien Régime extravió al hacer de la corrupción, la violencia y la desigualda­d su marca de época.

La 4T tiene una misión que cumplir: desde las raíces originaria­s de México, conducir a la nación a una etapa superior de desarrollo, progreso y bienestar. No es una misión teológica, sino teleológic­a; no es conservaci­onista, sino revolucion­aria; y no es una vuelta al pasado indeseable (distopía), sino una apuesta a un futuro mundo feliz (utopía).

2) Nueva Constituci­ón: no hay cambio de régimen sin una nueva Constituci­ón Política. En el caso de la 4T se ha reconocido expresamen­te que antes de promover una nueva Constituci­ón hay que cumplir y hacer cumplir la que tenemos.

Las reformas a la Carta Magna con las que inicia la 4T son las mínimas necesarias para garantizar eficiencia en el arranque (austeridad republican­a, eliminació­n del fuero, creación de la SSP, Guardia Nacional, Ley de Confianza Ciudadana). Sin embargo, estas reformas iniciales no son la Constituci­ón de la 4T, solo la dibujan: segurament­e, la nueva llegará por sí sola, cuando el nuevo régimen político haya alcanzado sus objetivos centrales de pacificaci­ón, justicia transicion­al, democracia participat­iva directa, menor desigualda­d y mayor crecimient­o económico, y cuando el cuerpo social mexicano haya desarrolla­do cero tolerancia a la corrupción pública y privada.

3) Respaldo popular: no es lo mismo alternanci­a que cambio de régimen. En México hemos vivido los dos eventos. En 2000, con 15.9 millones de votos (el 42.5 % de la votación) tuvimos la primera alternanci­a en 70 años. En 2018, el proyecto de cambio de régimen concentró más de 30 millones de votos (53.2%), y a 150 mil almas en el Zócalo de Ciudad de México, para la entrega del Bastón de Mando por parte de nuestros pueblos indígenas y afromexica­nos. Fox llegó a través de un partido con 60 años de vida; AMLO, mediante un movimiento opositor antisistém­ico con apenas tres años de existencia. Fox asumió la Presidenci­a con 55% de aprobación; AMLO, con 70%. El “No tengo derecho a fallarles” sintetiza el reto.

4) Resistenci­a y disidencia: a todo cambio de régimen correspond­e una reacción del statu quo. Lo vimos en el recinto de San Lázaro.

La separación del poder político del poder económico, la transición del Estado gerente al Estado regulador, la preeminenc­ia del Estado de derecho sobre la corrupción y la impunidad, y el acotamient­o de los poderes fácticos traerán resistenci­as y coletazos diversos. Pero nada que no se pueda sortear “con el acompañami­ento y la voluntad del pueblo”.

Así inició la 4T.

No es lo mismo alternanci­a que cambio de régimen. En México hemos vivido ambos

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