“A todo cambio de régimen corresponde una reacción del statu quo”
Fue la ceremonia inaugural de un cambio de régimen. Las y los especialistas en historia que han reseñado el nacimiento de nuevos regímenes, desde Alexis de Tocqueville hasta el abate Emmanuel Sieyès, pasando por Theodor Mommsen, Eric Hobsbawm y Elizabeth Eisenstein, nos hablan de al menos cuatro elementos:
1) Conciencia histórica: la expresión “Cuarta Transformación de la vida pública nacional” o “4T” sintetiza la propuesta. Se reconoce la herencia de tres luchas históricas: la Independencia (soberanía y Estado moderno), la Reforma (libertades cívicas y separación de poderes) y la Revolución (igualdad y justicia social). La 4T plantea retomar el rumbo de nación que el llamado proyecto neoliberal o Ancien Régime extravió al hacer de la corrupción, la violencia y la desigualdad su marca de época.
La 4T tiene una misión que cumplir: desde las raíces originarias de México, conducir a la nación a una etapa superior de desarrollo, progreso y bienestar. No es una misión teológica, sino teleológica; no es conservacionista, sino revolucionaria; y no es una vuelta al pasado indeseable (distopía), sino una apuesta a un futuro mundo feliz (utopía).
2) Nueva Constitución: no hay cambio de régimen sin una nueva Constitución Política. En el caso de la 4T se ha reconocido expresamente que antes de promover una nueva Constitución hay que cumplir y hacer cumplir la que tenemos.
Las reformas a la Carta Magna con las que inicia la 4T son las mínimas necesarias para garantizar eficiencia en el arranque (austeridad republicana, eliminación del fuero, creación de la SSP, Guardia Nacional, Ley de Confianza Ciudadana). Sin embargo, estas reformas iniciales no son la Constitución de la 4T, solo la dibujan: seguramente, la nueva llegará por sí sola, cuando el nuevo régimen político haya alcanzado sus objetivos centrales de pacificación, justicia transicional, democracia participativa directa, menor desigualdad y mayor crecimiento económico, y cuando el cuerpo social mexicano haya desarrollado cero tolerancia a la corrupción pública y privada.
3) Respaldo popular: no es lo mismo alternancia que cambio de régimen. En México hemos vivido los dos eventos. En 2000, con 15.9 millones de votos (el 42.5 % de la votación) tuvimos la primera alternancia en 70 años. En 2018, el proyecto de cambio de régimen concentró más de 30 millones de votos (53.2%), y a 150 mil almas en el Zócalo de Ciudad de México, para la entrega del Bastón de Mando por parte de nuestros pueblos indígenas y afromexicanos. Fox llegó a través de un partido con 60 años de vida; AMLO, mediante un movimiento opositor antisistémico con apenas tres años de existencia. Fox asumió la Presidencia con 55% de aprobación; AMLO, con 70%. El “No tengo derecho a fallarles” sintetiza el reto.
4) Resistencia y disidencia: a todo cambio de régimen corresponde una reacción del statu quo. Lo vimos en el recinto de San Lázaro.
La separación del poder político del poder económico, la transición del Estado gerente al Estado regulador, la preeminencia del Estado de derecho sobre la corrupción y la impunidad, y el acotamiento de los poderes fácticos traerán resistencias y coletazos diversos. Pero nada que no se pueda sortear “con el acompañamiento y la voluntad del pueblo”.
Así inició la 4T.
No es lo mismo alternancia que cambio de régimen. En México hemos vivido ambos