La causa de lo causado
Se supone que se había centralizado la comunicación social; al parecer solo sucedió en los contratos con los medios y los secretarios salen por su cuenta, lo cual no es malo, pero sí que se contradigan, como Torruco y Jiménez Espriú en el uso futuro del aeropuerto de Santa Lucía
La comunicación es esencial para el gobierno. No se trata solo de informar, también se debe generar acuerdo en lo que se hace y en quien gobierna. En el pasado hasta lo que se hacía bien se perdía por la incapacidad de comunicar. Hubo necedad e indolencia. Cada crisis dejaba un catálogo de lo que no debiera hacerse. No se informaba, ni siquiera se hacía sentir que la gente importaba. La indiferencia sobre la situación fue despotismo, lo que no se perdona. Así se sintió y el votante se lo cobró con creces al gobierno y a su partido.
Ahora es diferente, pero se ha ido al otro extremo. El protagonismo presidencial expone a la institución. Se supone que se había centralizado la comunicación social. Al parecer solo sucedió en los contratos con los medios. Los secretarios salen por su cuenta, eso no es malo, pero sí que se contradigan como sucedió con los titulares de Turismo, Miguel Torruco, y el de Comunicaciones, Jiménez Espriú, en el uso futuro del controvertido aeropuerto de Santa Lucía.
Que el Presidente realice una conferencia diaria de prensa lo expone y personaliza en extremo la comunicación institucional, aunque da ocasión para conducir la agenda informativa. La campaña ya terminó. Ya se ganó. Lo que corresponde ahora es cuidar el proyecto y sí, la comunicación es fundamental, pero debe administrarse. Sin embargo, el Presidente supone que no ha acabado la contienda. El Presidente no puede informar u opinar todos los días de todo, porque lo hace propenso al error y compromete a su gobierno. Un candidato puede equivocarse, un Presidente no, además, el silencio también comunica.
Las palabras presidenciales son un recurso muy preciado. Lo que vale se cuida y se administra para que no se desgaste o deprecie, más cuando hay propensión de confundir lo que se quiere con la realidad, como fue el caso al decir que había confianza con referencia a la recuperación del peso frente al dólar o del índice de la Bolsa Mexicana de Valores, cuando horas después ambos indicadores sufrirían un revés. Esto afecta la credibilidad presidencial, porque la referencia no es lo que ocurre en un día, sino la tendencia, dramática si se consideran los índices económicos a partir del anuncio de la cancelación del aeropuerto de Texcoco.
La política y la economía están plenas de incertidumbre. La certeza y la confianza no se construyen con palabras, sino con hechos y resultados. Además, las prédicas a la buena conducta del contribuyente o del inversionista porque ya no hay corrupción son gritos en el desierto frente a una realidad que al menos hasta hoy día no ha cambiado. Es explicable y seguramente cierto que la austeridad y probidad del Presidente y del gabinete le haga sentir al mandatario que el cambio es realidad, pero hay una enorme distancia para decir que la corrupción se ha acabado.
La cuestión en comunicación es que a la narrativa de la 4T le entró agua. Se dice que por la corrupción propia del modelo neoliberal el país creció un miserable 2 por ciento anual con una dramática iniquidad en la distribución de la renta nacional. Esto hundió a los mexicanos en la pobreza y en la violencia. El Estado se volvió en personero de los intereses de unos cuantos frente a la miseria de muchos. Precisamente porque no habría corrupción y prevalecería la austeridad, el gobierno tendría para dar a muchos y el país crecería a 4 por ciento para empezar.
La narrativa se colapsa porque los pronósticos de crecimiento, al menos para el primer año, son inferiores al despreciable 2 por ciento del pasado inmediato. Incluso, ya hay quien dice que los errores del Presidente han generado desconfianza y ahuyentado inversiones por lo que el crecimiento podría ser de 1.3 por ciento.
Las palabras poco pueden hacer frente a la realidad, así sean de un funcionario encumbrado o hasta del mismo Presidente, aunque siempre habrá la tentación de regatear su sentido y remitir a otros la causa de lo causado.
Política y economía están plenas de incertidumbre y la confianza no se construye con palabras, sino con hechos y resultados