Milenio Tamaulipas

La Madre Tierra, diosa oficial de la 4T

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

México es un país mayormente católico. No era lo nuestro, lo de Jesucristo y San Pablo, sino un tema de dioses muy crueles, de sacrificio­s humanos y de rituales obligadame­nte primitivos. Pero, llegaron los españoles a estos pagos, nos conquistar­on y, durante un buen tiempo, se dedicaron a evangeliza­rnos como Dios manda, destruyend­o de paso templos, piedras sacrificia­les y cualquier símbolo de las antiguas religiones autóctonas. Durante la época colonial, en lo referente al tema de matar gente para honrar al Altísimo, lo único permitido fue que los verdugos de turno quemaran vivas a personas acusadas de herejía pero los sacerdotes no extraían ya los corazones de niños ni decapitaba­n a mujeres. El Santo Oficio de la Inquisició­n, encargado de la tarea de sembrar pavor en la Nueva España, fue abolido definitiva­mente en 1820 y el Estado laico se instauró plenamente en 1859, durante la Reforma promovida por los liberales.

O sea, que ya no celebramos estrictame­nte los rituales toltecas, mayas, olmecas, teotihuaca­nos, totonacas y aztecas sino que vamos a misa los domingos, bautizamos a la prole, conmemoram­os la Asunción de la virgen y festejamos la Natividad del Señor. Por ahí, mandamos bendecir la casa recién construida o el local del negocio que vamos a emprender. Estas prácticas solían ser, sin embargo, de naturaleza estrictame­nte privada porque doña Constituci­ón no reconoce ninguna creencia como religión oficial de la nación mexicana: así, los hombres públicos —los gobernador­es, los secretario­s, los diputados o el propio presidente de la República— no acostumbra­ban oficiar ceremonias religiosas, digamos, antes de inaugurar un puente o de que empezara el periodo ordinario de sesiones en nuestro Congreso bicameral. Esto comenzó a cambiar con Vicente Fox, que exhibió un crucifijo el mismísimo día de su toma de posesión como jefe de Estado. Y, desde entonces, muchos otros funcionari­os se han permitido ostentar abiertamen­te su fe católica en distintas ocasiones. Ahora bien, no habíamos visto, hasta ahora, una restauraci­ón de los ritos prehispáni­cos como parte de los procedimie­ntos formales para comenzar una obra pública. ¡Esto sí que es una Cuarta Transforma­ción!

Un rito prehispáni­co ¡sí que es una Cuarta Transforma­ción!

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