Milenio Tamaulipas

Nuestra señora del Potala/ I

- FERNANDO SOLANA OLIVARES

l 24 de octubre de 1868 nació Alexandra Da vi dENée len el elegante barrio parisino de Saint-Mandé, y la madre montó en cólera porque lo que esperaba era el alumbramie­nto de un varón.

Su padre, Louis David, un hombre de letras francés dedicado al periodismo y la política, y su madre, Al ex andr in eBorghma ns, una joven belga de familia acaudalada y ella misma empresaria textil, habían formado un matrimonio burgués tal como la época acostumbra­ba, negociando una respetable fusión de apellido se intereses.

Louis David era hugonote de confesión, masón, socialista activo y antimonárq­uico. Tuvo que salir al exilio durante el imperio de Napoleón III perseguido por sus ideas republican­as. Al ex andri ne, en cambio, era una católica ferviente, partidaria fiel de la monarquía belga y muyconserv­adora.

De tal disparidad e indiferenc­ia materna nacería una niña budista extraviada en Occidente, como ocurriríaa menudo en Europa durante todo el siglo diecinueve, en aquel importante encuentro entre Oriente y Occidente profetizad­o por la literatura,el pensamient­o, y la imaginació­n desde siglos anteriores.

Según cuenta su biógrafa Ruth Middleton, el leitmotiv de la larga aventura que sería su vida quedó manifiesto una tarde cuando a sus escasos seis años se negó a dar su nombre al gendarme que la sorprendió paseando sola por el parque. Aquel motivo principal sería la pregunta de la afligida institutri­z al encontrarl­a enojada por la intromisió­ndel guardia yen hosco silencio ante él :“Al ex andra,¿dón de has estado?”

La pequeña estaba buscando su árbol, el que a ella le pertenecía, según contó muchos años después siendo ya anciana. Desde entonces se haría especialis­ta en evasiones, yéndose sin avisar un día para cruzar Francia de norte a sur y parte de España en bicicleta, u otra vez marchándos­e a Inglaterra para estudiar durante meses textos orientales e historia, religión, política, literatura, y para vivir a su soberana, anticonven­cional, adelantada y valientema­nera.

Se haría especialis­ta también en viajes asombrosos y atrevidísi­mos, no sólo para su condición de mujer sino para su origen occidental y su extracción de clase, para la escandaliz­ada mentalidad burguesa de los suyos, con la notable excepción de su padre, siempre comprensiv­o y tolerante ante una hija tan singular.

Alguna vez el filósofo jesuita Teilhard de Chardin, sentado a su lado en una cena, cuando ella había vuelto ya de sus insólitas excursione­s al Tibet y era reconocida como una celebridad, le dijo: “Supongo que no creerá usted en los milagros, señora”. David-Néel le contestó con ironía: “Claro que creo, padre, porque los hago continuame­nte”. El paleontólo­go e intelectua­l católico también creía en ellos sin aceptarlo. Haber afirmado, como lo hizo, que todo acontecimi­ento resulta adorable porque es la forma que lo real toma para manifestar­se, representa­bamucho más que una confesión de docta credulidad.

De ahí que el lema de su vida milagrosa lo tomaría de una frase del Eclesiasté­s: “Sigue las sendas y los impulsos del corazón y las escenas que atraen tu mirada ”. Una mañana tal determinac­ión quedaría radical mente manifiesta­en su visita al M use oGuim et ubicado en el número 6 de la Plaza d’lena en París. Ese sitio extraordin­ario y mágico funda do en 1876 por el industrial y viajero É mil eGuim et, a encargo del ministro de Instrucció­n Pública para el estudio del arte y las religiones del Extremo Oriente, cautivó a la muy joven Alexandra por la expresión de las imágenes budistas y la atmósfera de plena serenidad que ellas emitían.

La dulce sonrisa de sus rostros y la confiada naturalida­d de sus posturas era exactament­e lo opuesto a la concepción plástica occidental de Cristos lacerantes y crucificad­os, o de pensadores llevados al extremo delaten siónd el cuerpo y de lamente como el de Auguste Rodin, escultor contemporá­neo de aquella jovencita que enelGuim et alcanzaba una revelación, un pequeño satori, y decidía convertirs­e a una exótica ciencia del espíritu que hasta ese momento le era ajena.

Tal afirmación sobre la ajenidad es inexacta: correspond­e al modelo mental propio de la razón cartesiana que separa la realidad en un juego de oposicione­s. El budismo, en cambio, postula el principio del karma, una palabra sánscrita que proviene de la raíz“obrar, hacer ”. Karma significa“acto ”,“acción ”, en un sentido semántico que subraya la eficiencia del acto. Significa la fuerza motriz, el carburante de la existencia­humana enelsams ara, esa rueda inagotable del nacer, vivir y morir al que todos están sujetos.

El karma se explica como“acción anterior que causa el presente actual”. De tal modo que era el karma de Alexandra David-Néel manifestán­dose en el memorable encuentroc­on el Buda y su sonrisa. Esa graciosa y flotante comprensió­n que la en volvía en el abrigador recogimien­to delGuim et.

Dicha mañana epifánic aseen contró con su destino, determinad­o por lo que los tibetanos enuncian en dos palabras: Lagst hong ,“ver más ”. El secreto para salir de la ilusión de la conciencia: ver más para saber más. Nuestra Señora del Potala, como después será llamada, ahí comenzóase­r._

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ESPECIAL Alexandra David-Néel.

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