Adiós al 68, en sus 50
Creo que muy pocos pensamos llegar vivos al 50 aniversario del Movimiento del 68. Muchos creímos que haríamos la revolución y que algunos moriríamos antes. Cambiaron muchas cosas, pero no pudimos Asaltar el Cielo. Durante décadas algunos nos rehusamos a reducir ese gran movimiento libertario a la tragedia de Tlatelolco. Ni nos gustaba el grito 2 de octubre no se olvida. Preferíamos la frase del Búho en su discurso de la Manifestación Silenciosa: lo dulce de la libertad nunca se olvida.
La tragedia de Tlatelolco no la convertimos en coartada para abaratar los sueños libertarios y convertirnos en estatuas de sal mirando al pasado y en eterno victimismo. Nos negamos a sumar muertos para acreditar la lucha contra el estatismo autoritario del PRI. En lugar de ello había que usar toda la fuerza política para investigar, procesar y sentenciar a los responsables de una política genocida del Estado, practicada en un largo decenio de 1956 a 1971 contra el movimiento estudiantil. Eso se pudo conseguir al enjuiciar a Echeverría, Nazar y otros por el delito de genocidio. No fue suficiente, pero sin registrar este logro, favorecemos una mirada frustrada que no sabe reconocer sus propios triunfos aunque sean parciales.
El 68 planetario iba contra el poder de todo tipo y en todas partes. No era un caso más de lucha política para obtener el poder, ni siquiera por la vía armada. Estaba enfrentado al capitalismo avanzado,combatía la miseria del capitalismo del Tercer Mundo y rechazaba la perversión del socialismo real.
En México la forma del movimiento se expresó a través de un pliego petitorio. Era solamente su apariencia. Su esencia era subversiva. Luchar por la libertad, era en aquel viejo sistema, profundamente revolucionario. El 68 tuvo un mestizaje ajeno a las clasificaciones de cubículo. Era democrático y revolucionario.
Era un caleidoscopio. Cientos de miles de jóvenes sin partido marcharon junto a decenas de comunistas de todos los sabores: maoístas, guevaristas, trosquistas; también con nacionalistas, incluso priistas; todo ese arcoíris le daba su perfil, su riqueza. Ninguna fuerza política o ideológica podía entonces y menos después ostentarse como “dueña o heredera del 68".
El 68 tuvo que usar la violencia para resistir al Estado. Molotovs, bazukas de albañal con pólvora, cientos de vehículos incendiados contra tanques, helicópteros, batallones del ejército, libraron desiguales batallas en los primeros días en las escuelas universitarias del centro y después en las escuelas del politécnico.
La mayoría de la dirección del movimiento dentro del CNH, estaba muy influida por el pensamiento e ideología de la revolución mexicana y el constitucionalismo, eso le impidió considerar una represión salvaje como la de Tlatelolco, como respuesta del Estado. Tampoco los grupúsculos radicales se atrevieron a proponer un viraje y levantar la huelga después de la manifestación del 13 de septiembre. Sólo lo hizo José Revueltas y el rector Javier Barros Sierra, no los escuchamos.
El 68 es un parteaguas de la historia del siglo XX en México y en el mundo. Su legado es la libertad. Sin él no existirían los cambios democráticos. Ni éste, ni otro gobierno son sus herederos.