El año nuevo profano
Pmagia,oco a poco pero de manera sostenida el mundo se va quedando sin Dios y sin
y ese vacío lo han ido ocupando las creencias new age y el edén online, hasta dejarnos frente a las puertas del año nuevo sin más armamento que una copa de vino espumoso, doce uvas como alegoría de los meses del año y unos calzoncillos rojos.
Sin la dimensión sagrada, mágica, que ha marcado el cambio de ciclo a lo largo de la historia de nuestra especie, ¿qué nos queda del año nuevo? Nos queda tratar de entusiasmarnos con la evidencia, científica, de que nuestro planeta ha completadouna vuelta más al sol y, sobretodo, nos queda un sólido pretexto para celebrar la vida. Pero, si el tránsito de un año a otro, despojado del contextomágico que tenía para nuestros ancestros, no es más que un pretexto para celebrar la vida y convivir con la familia y los amigos, ¿por qué tenemos que hacerlo en el momento en que nos lo marca la agenda social de occidente?
El 31 de diciembre en la noche todos los habitantes del mundo occidental, más los que viven del otro lado pero ya han sido colonizados culturalmente por occidente, celebran el año nuevo, de la misma forma pero en distintos momentos, lo cual invita a dudar de la trascendencia del instante. Si esa noche voy viajando en un avión a Europa durante diez horas sobre el océano Atlántico, ¿en qué momento celebro el año nuevo?
¿De qué estamos hablando cuando hablamos de la cultura occidental? De Estados Unidos, de al por gunos países de Europa como Francia o Alemania y sobretodo de California, deMo un ta in Vi ew, concreta mente del número 1600 de la avenida Amphitheatre Parkway,l adir ecciónd el cuartel general deGoog le que es donde hoy se diseña, y desde donde se difunde, la cultura Occidental. Desde ese punto geográfico específico se nos uniforma no sólo la cultura, también el criterio. El día que a Googl ese le ocurra que el verdadero fin de año es el 15 de agosto, como lo marca el calendario agrícola europeo, nos tendrá a todos celebrándolo ese día, comiéndonos doce uvas y con una prenda roja en la zona tórrida del verano.
La celebración del año nuevo es la evidencia, entre muchas otras, de la diversidad que hemos perdido; antes de que occidente nos uniformara, cada pueblo celebraba de manera distinta el cambio de un año a otro, ese instante tenía una dimensión sagrada, mágica, que ayudaba a la gente a intuir la importancia de que un ciclo se terminaba para que otro empezara, una intuición que hoy ya difícilmente podemos tener porque hemos perdido la perspectiva cíclica de la vida, que es propia de los pueblos que viven sujetos a los ritmos del cosmos, a los ciclos de la tierra, no como nosotros que vivimos en el tiempo lineal quemar cal a cultura de occidente, un tiempo que no regresa sino que va siempre hacia adelante, hacia el progreso, no hacia el regreso, que es el movimiento que daba sentido al año nuevo, el regreso para empezar de nuevo; aquel sí que era un momento para celebrar, y los que hemos perdido la vida cíclica, el tiempo circular, nos hemos quedado sin ese final y ese principio, sin el verdadero motivo para festejar el año nuevo.
Desde luego que uno se puede inventar el cambio de ciclo, pero sin la complicidad del cosmos el asunto queda en una empresa inequívocamente personal denominada “propósitos para el año nuevo”, una figura basada en la nostalgia que sentimos por el tiempo circular, aquella época remota en la que todos éramos criaturas cósmicas.
Hay todavía, en algún sitio del planeta, comunidades que escapan a la uniformidad del siglo XXI, que conservan sus creencias y sus rituales, la dimensión sagrada del año nuevo; pero el resto de la Tierra ha perdido su singularidad, basta caminar por cualquier capital de occidente para encontrarse con las mismas franquicias y los mismos productos; al margen de su nacionalidad todos ven las mismas series en Netflix, escuchan música en Spotify, compran en Amazon y acuden aGoog le para preguntar sus dudas como lo hacían nuestros ancestros con el oráculo. Las diferencias entre un país y otro, salvo los paisajes y algunos elementos folclóricos y culinarios, han sido erradicadas, hemos llegado ala igualdad por la ruta más mezquina: la de la imposición de una sola cultura. Esto es especialmente llamativo en un país como el nuestro con un pasado tan rico y complejo; no se entiende como en el año nuevo, por seguir con nuestro tema, hemos caído en los estereotipos que nos dicta la cultura de la uniformidad, en lugar de recurrir a nuestra propia mitología, ¿no habrá en ese universo prehispánico, que es imaginativo hasta el delirio, una simbología menos simplista que pensar en lo que hemos perdido ._ las doce uvas y los calzoncillos rojos?
El año nuevo desacralizado no tiene más sentidoque el social, pero quizá el tránsito entre un año y el otro, ese instante que hasta hace no mucho estaba lleno de magia, sea un buen momento para