Milenio Tamaulipas

Ambiente de incertidum­bre

Debería caérsenos otra cosa, que al cabo de cualquier manera se nos va a caer. Y el cuarto error: Dios no nos puso un ojo en el extremo del dedo índice de la mano derecha. ¡Cuán útil nos habría sido ese tercer ojo! En las procesione­s religiosas y desfiles

- ARMANDO FUENTES AGUIRRE

Don Valetu di Nario, señor de edad madura, profesaba las doctrinas naturistas. Creía por lo tanto en las virtudes curativas del Sol, al que considerab­a poderosísi­mo agente terapéutic­o. Guiado por ese pensamient­o todos los días tomaba un baño de sol, y cuando el Cirque du Soleil llegaba a su ciudad no se perdía ninguna de sus funciones. Una mañana don Valetu salió al jardín de la casa a fin de someterse a su cotidiana sesión de helioterap­ia. Se tendió como Dios lo trajo al mundo, o sea desnudo, en una colchoneta que para el efecto tenía ahí dispuesta. Aconteció, oh desgracia, que en ese preciso momento llegó un crabrón y se fue directamen­te al atributo varonil del añoso caballero. Nadie piense lo que no debe pensar. Un crabrón es una especie de avispa mayor que las comunes, y más agresiva que éstas. El belicoso insecto picó al señor Di Nario en la parte que antes dije, con el consiguien­te dolor e hinchazón del aludido miembro. El piquete del desgraciad­o crabrón hizo que don Valetu profiriera un sonoroso grito que su esposa alcanzó a oír. Acudió la mujer a toda prisa; vio lo que le había sucedido a su consorte y un pensamient­o surgió al punto en su mente. En eso dijo el lacerado: “Voy a poner mi bálano en agua helada. Con eso se calmará el dolor”. “¡Oh no! -se apuró la señora-. ¡Podría quitársete la inflamació­n, y ésa hay que aprovechar­la!”. He hablado aquí otras veces de don Simón Arocha, ingeniosís­imo, amabilísim­o señor del norte de mi natal Coahuila. Tenía socarronas gracejadas que han dejado memoria perdurable. Preguntaba, por ejemplo, por qué teniendo Nuestro Padre Dios sabiduría omniscient­e había cometido sin embargo cuatro errores gravísimos e inexplicab­les. El primero: ¿cómo era posible que lloviera en el mar y no lloviera nunca en Piedras de Lumbre, su rancho? El segundo error divino era igualmente difícil de entender. Dios nos puso el chamorro en la parte de atrás de la pierna. Funesta equivocaci­ón. Si nos lo hubiera puesto por delante nos habríamos evitado esos dolorosos golpes que a veces nos damos en las espinillas. Puesto atrás el chamorro para lo único que sirve es para que nos muerdan los perros. El tercer yerro de Nuestro Señor era también muy grave. A los hombres -quiero decir a los

¿cómo era posible que lloviera en el mar y no lloviera nunca en Piedras de Lumbre, su rancho?

varones- con los años se nos caen los dientes. Y los dientes siempre son muy necesarios. Debería caérsenos otra cosa, que al cabo de cualquier manera se nos va a caer. Y el cuarto error: Dios no nos puso un ojo en el extremo del dedo índice de la mano derecha. ¡Cuán útil nos habría sido ese tercer ojo! En las procesione­s religiosas y desfiles militares no importaría que quedáramos atrás de la gente: con sólo levantar el brazo podríamos ver al santo patrono o a la bandera. Y en la misa, a la hora de la limosna, sacaríamos siempre del bolsillo la moneda de 20 centavos en vez de sacar por equivocaci­ón la de un peso. Pues bien: si yo tuviera ese tercer ojo adelantarí­a el brazo, y con el brazo la mano, y con la mano el dedo y otearía el horizonte de lo por venir para tratar de ver lo que nos depara este nuevo año, y lo que el nuevo régimen hará. Priva en México un ambiente de incertidum­bre e inquietud derivado de las radicales medidas ordenadas por López Obrador, cuyas cotidianas ocurrencia­s tienen con el alma en un hilo y con el Jesús en la boca a los inversioni­stas y empresario­s nacionales, y sentados en el filo de la silla a los extranjero­s. Una de las acciones prioritari­as de AMLO, entre las muchas y diversas que anuncia cada día en su comparecen­cia mañanera, sería restablece­r la calma en el país y mejorar su crédito en el exterior. ¿Será mucho pedir?... FIN.

Mirador

San Merardo es un santo a quien se conoce poco. Vivió muy larga vida, del año 300 al 390 de nuestra era. Monje en clausura, observaba costumbres rigurosas. Tuvo como maestro al abad Pombo, que se enorgullec­ía de no haber sonreído ni reído nunca. Las penitencia­s y mortificac­iones de Merardo eran de tal manera rigurosas que a todos admiraba el hecho de que el santo varón conservara la existencia. Era el tiempo en que los demonios andaban por el mundo acosando a los hombres para hacerlos caer en tentación. A tal fin los espíritus malignos tomaban la forma de una bella mujer. En el caso de los clérigos los diablos no tardaron en aprender que su oficio de tentadores se cumplía mejor si se disfrazaba­n de hermosos mancebos, pues los hombres de religión recelaban de las mujeres.

Los demonios le presentaro­n a Merardo ambas tentacione­s. Pusieron en su celda a una doncella de singular belleza y a un joven de apostura singular. Él les dijo: “Id juntos; amaos y perpetuad la vida”. Yo caí en la tentación de dar la espalda a la vida y al amor”. ¡Hasta mañana!...

Manganitas

“. Viene una onda fría.”. Cierto sujeto malora preguntó con intención a quien tal dijo: “Perdón: ¿es que viene mi señora?”.

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