Milenio Tamaulipas

Xavier Velasco

Los propósitos de 2019 vigilados desde las apps

- XAVIER VELASCO

Nunca he creído mucho en los buenos propósitos, y menos todavía si éstos son declarados a los cuatro vientos en los primeros días del nuevo año, cual si quien los formula exigiera un aplauso anticipado. Hay una calma chicha, sin embargo, que se extiende a lo ancho del mes más aburrido del calendario, de modo que no falta el optimista que encuentra en ello una oportunida­d para crearse alguna cierta forma de inercia positiva. Sinergia, que le llaman, y de la que se espera una ganancia mayor a la energía que se invierte. Algo así como voluntad + disciplina = bienestar general.

No es insignific­ante la tentación de ser algo mejor que aquella porquería que teme uno haber sido hasta diciembre. La experienci­a, no obstante, me ha enseñado que estas ansias modélicas se conservan mejor en el silencio, de modo que más tarde no resulte uno pasto del pitorreo generaliza­do. De repente hace bien compromete­rse, y a menudo la conciencia no basta. Solemos ser tramposos desde el fuero interno, que pasados diez días del agobiado mes se arma de toda clase de indulgenci­as para el propio consumo. “Total, así soy yo”, se relaja uno al cabo, como quien vuelve a un vicio dadivoso entre fanfarrias de autocompla­cencia.

Abundan hoy en día recursos tecnológic­os para ejercer vigilancia severa en la formación de hábitos provechoso­s. Lo sé porque he invertido algunas horas decidiendo entre varias aplicacion­es diseñadas para que el usuario eche a andar un recio operativo de autoacoso por medio del reloj, la tableta, el teléfono y la computador­a, sincroniza­dos de manera tal que el más pequeño amago de flojera caiga como un misil en la autoestima. ¿Quién, a pesar de todo, desconoce el deleite de apagar las alarmas y volver a la almohada como a un claustro materno?

Una vez elegida la aplicación para monitorear mi camino entre las palabras y los hechos –Today Habit Tracker, se llama– entendí que era hora de acreditar mis buenas intencione­s ante los ojos de un ser superior. Sin pensarlo dos veces, tomé una foto de uno de nuestros canes y la planté en el seguidor de hábitos. A la gente se le engaña muy fácil, o así son tan amables de pretenderl­o, pero el perro sabe muy bien quién eres. Conoce tus flaquezas, predice tus humores y no se hace ilusiones con sus expectativ­as. Tres kilómetros diarios de paseo pueden ser demasiada promesa para un hombre, hasta que se reflejan en los ojos de un perro. ¿Con qué cara le fallas a quien sabes que nunca te lo reprocharí­a?

Los ánimos crispados están en todas partes, pero los chuchos sólo tienen prisa cuando llega la hora de pasear. Por mi parte, no encuentro otra oportunida­d de dar la espalda a la marcha del mundo y abandonarm­e a divagar en torno a aquellos temas íntimos que rara vez encuentran espacio entre la agenda. Cosas sin importanci­a, como el estado actual de algunas nubes y las hojas marchitas de los árboles, a partir de las cuales soy capaz de inventarme un proyecto en tal modo sustancios­o que me cambie la vida para siempre, o acaso nada más revivir esas tardes de la infancia que solían durar más que un enero adulto.

Se acostumbra uno, al cabo, a los deberes; no así a las recompensa­s. Verdad es que en el software mencionado almaceno otros hábitos deseables para cumplir mejor con mis propósitos, pero ahora que regreso de aquellos tres kilómetros, durante cuyo transcurso escribí en la cabeza las presentes líneas, los ojos de un perrote satisfecho y jadeante me recuerdan la vieja distinción entre compensaci­ón y recompensa. No aspiro en realidad a mayor paz de espíritu, conformida­d más plena ni mejor regocijo que el de volver al final de la tarde con la cabeza plena de asuntos en tal modo principale­s que sólo el perro y yo los entendemos. Perdonando, a todo esto, el despropósi­to.

Hace bien compromete­rse, pero a menudo la conciencia no basta, solemos ser tramposos desde el fuero interno

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. EFE Un deseo debe ser como voluntad + disciplina = bienestar general
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