En el Jardín de la Mediocridad
Es un lugar en donde nada crece; el sitio donde el Espiritu humano vive prisionero, con su verdadera esencia adormilada, en lo más opuesto y lejano que pueda haber para su naturaleza. Ahí la vida se trunca, se reduce a su mínima expresión, al solo respiro automático y a la contemplación de ver morir el tiempo. ¿Hasta dónde es permitido ser mediocre? ¿Es acaso un pecado? A quien le fallas más allá de ti mismo? La mediocridad es un jardín radiactivo; altamente contaminante… se vale invitar a salir a la gente de ahí. Motivarlos. Pero entrar a cargar a alguien a cuestas, es muy peligroso. Nada hay tan dañino como el empecinarse en querer rescatar a quien no desea ser salvado. La mediocridad es el abuso del libre albedrío; debe ser una decisión muy humana, elegir no usar, deliberadamente, el potencial del Espíritu. Porque todo lo que nos rodea es impulso. Porque todo en la naturaleza pugna por la vida, por multiplicarse. Todo se autoactualiza. No es inherente a la esencia humana, esa terrible pasividad de algunos. ¿Por qué habríamos de ser la excepción en este mar natural donde todo tiene impulso? La mediocridad no es cuestión de dinero; está presente en todos los estratos sociales. En el sujeto que gana el mínimo, y cuyo trabajo radica en pasar largos periodos sentado, esperando una venta, y que no es capaz de tomar un libro para aprovechar las horas. Y solo las deja morir de una manera miserable. La mediocridad está en el directivo, con un puesto muy bien pagado, que se instala pasivamente en el confort de su vida desahogada, no hace nada por nadie, nada que trascienda. Igual se muere de mediocre día a día, solo que come mejor que el otro.
La comodidad es la puerta grande hacia esos prados oscuros… asegúrate de que no haya demasiada en tu vida.
No es cuestión de dinero; está presente en todos los estratos sociales