Milenio Tamaulipas

El valiente ve la muerte solo una vez (tercera parte)

El vaquero Joaquín Estrada, la última persona que vio a don Alejo antes de morir en su rancho San José, da su testimonio sobre el hombre de familia que se volvió héroe en la llamada guerra del narco

- DIEGO ENRIQUE OSORNO

La última persona conocida que vio a don Alejo Garza Tamez antes de que muriera defendiend­o su propiedad del ataque de un grupo armado fue su trabajador Joaquín Estrada, un vaquero de 60 años que lleva la mitad de su vida a cargo del rancho San José.

Debido a la falta de una investigac­ión oficial por parte de la Procuradur­ía de Tamaulipas, resulta difícil conocer detalles de lo que sucedió de manera específica la madrugada del 14 de noviembre de 2010, en la que don Ale jo recibió casi mil disparos mientras se encontraba atrinchera­do en la casa principal de su propiedad.

Aunque han pasado casi nueve años, para Joaquín resulta complicado hablar a detalle y con total claridad sobre lo sucedido aquella fecha en la que su patrón le pidió a él y a los otros tres trabajador­es que lo dejaran solo en el rancho, apenas unas horas antes de que el lugar fuera invadido por alguna de las máquinas de guerra que aún siguen operando en la zona.

Bajo la sombra de uno de los mezquites preferidos de don Alejo, Joaquín me cuenta que conoció a su antiguo patrón gracias a un hermano, quien lo recomendó para que hiciera labores en lo que a principios de los 80 era solo un yermo abandonado y que ahora—con un nuevo dueño que no pertenece a la familia Garza Tamez— se sigue llamando Rancho San José.

Por aquel entonces, Joaquín tenía 27 años de edad: “La primera vez que nos vimos—relata el vaquero—lo saludé ahí en el kilómetro3­1 de la carretera de Ciudad Victoria a Matamoros. Recuerdo que me dijo: ‘Yo pago poco, pero muy seguro. Nos eme olvida. Eso me dijo.Usted cada sábado va a recibir su sueldo. Y así fue hasta la fecha que murió. Incluso el día que nos despedimos me pagó”.

El café de las mañanas

—¿Cómo empezaban los días en el San José?

—Era una tradición tomar café juntos al alba. Don Alejo me decía: “Cuando yo amanezca, se va con- migo a tomar un café”. Y por eso, cada mañana me gritaba desde la casa: “¡Joaquín, véngase, ya está el café!”. Ya ahí platicábam­os lo que era más importante del rancho, de lo que había que hacer, cuántas vacas habían ahijado… —¿Cómo era el resto del día? —Después de tomar el café salíamos a dar la vuelta. Lo hacíamos en el Jeep, un Jeep hermosísim­o, modelo 66. Ya entonces veíamos cuál ganado estaba para bañar o si había que juntar ganado, pues yo podía hacerlo. Luego buscábamos y cazábamos víboras, porque las víboras matan al ganado.

Si era el invierno (temporada de cacería oficial ), pues nos salí amos a matar o a cazar o salíamos a darles de comer a los venados.

—¿Cómo construyer­on este rancho?

—No había absolutame­nte nada. Todo lo hizo don Alejo. Él siempre me contaba que la primera noche en el rancho la pasó debajo de un ébano, porque no había nada de construcci­ón. Luego hizo unos cuartitos… ahí gatearon mis hijos… y luego ya empezó con la casa grande y los corrales y todo lo demás. Pero aquí no había nada. Solo había muchos árboles y arbustos cuando llegó don Alejo. Él hizo todo poco a poco y yo le ayudé en lo que me pedía.

—¿Cómo era el rancho en sus mejores momentos?

—Los mejores momentos fueron del 85 hasta los 90: ganadería muy bonita, suficiente pasto, caceríay pesca pero particular. Puros amigos y gente conocida venían. Nunca se rentaba la propiedad.

—¿Y cómo fue afectando la violencia que se desató en la región?

—Primero era nada más allá en las orillas, nunca tuvimos aquí complicaci­ones, nadie que nos… aquí trabajábam­os bien, siempre muy bien. No tuvimos ningún problema.

“Vaya a ver a su familia…”

—¿Cómo estaba don Alejo el último día que lo vio? —Como siempre. Él era un hombre muy seguro, muy recto. Atento al despedirse. Ese día que yo lo dejé aquí en el rancho, me dijo: “Vaya a ver a su familia, yo aquí lo espero”.

—¿Le contó que lo habían amenazado?

—No.

—¿Qué le dijo?

—No... —¿No dijo nada?

—No. —Comprendo, ¿y cómo se enteró usted de lo que pasó?

—Hasta que llegué en la mañana al otro día. Había muchos militares, mucha presencia militar. Yo había quedado con don Alejo de llegar a las 10 de la mañana del domingo. Un día antes solo me dijo: “Te espero alas 10 del a mañana para irme yo con mi familia más tempranoqu­ede costumbre. Te vienes y tomamos café.”. Yo le respondí: “Ah, ok”. Ah, y me encargó una caja de cigarros, lo cual se me hizo raro, porque don Alejo no fumaba. Hacía muchísimo tiempo que había dejado el cigarro.

Así fue mi despedida de don Alejo.

—¿Y qué pasó al día siguiente que regresó al rancho?

—Estaban los militares y no me dejaban pasar. Solo llegué hasta la orilla, esa que está ahí enfrente, a unos 200 metros de la entrada. Me tuvieron dos horas ahí detenido. Decían que esperara. Fue hasta las 11 de la mañana queme dijeron que le avisara a la familia del caso.

Pero mientras yo estaba detenido, pensaba que don Alejo estaba ahí en la propiedad. Pensaba :“Pues ahí debe de estar bien, esto nomás es una revisión de rutina ”. No sabía que estaba engañándom­e la autoridad, porque ya después fue que me dijeron que mi patrón había fallecido.

—¿Qué le dijeron que había sucedido?

—Que les habían informado de una bala cera, yo realmente no supe ni quiénes… ya lo demás yo ya no… A uno ya no le importa. Son cosas que… A mí ya no me informaron de nada… Todo fue con la familia. En realidad, el rancho estaba tranquilo, nunca nos molestaba nadie. Había insegurida­d, pero estaba en otros ranchos.

—Entiendo, ¿y qué piensa de que don Alejo se haya convertido en un símbolo de la legítima defensa?

—Y lo seguiría defendiend­o. Él demostró eso y lo seguiría haciendo. Esa fue su casita (señalando la casa principal del San José), él ahí terminó sus últimos días, su última hora, ahí descansaba él, ahí estaba esa noche… La casa quedó muy dañada, afectada por los impactos de bala. La hemos cambiado para quitarle ese mal recuerdo… Por desgracia, ese día no tuvimos la suerte de apoyarlo.

—¿Y por qué no les habrá dicho nada a usted nial os demás trabajador­es sobre la extorsión que le habían hecho?

—De eso realmente no tengo nada que decir. A mí simplement­e me dijo: “Llévese a los muchachos y nos vemos mañana”.

—¿ Lo llamaron después a declarar de manera oficial?

—No. Yo esperaba una investigac­ión más a fondo, pero a mí nunca me llamaron a ninguna parte, nunca.

El mezquite y Nadador

—Me imagino que este lugar está lleno de recuerdos bellos y difíciles para usted…

—Tenemos pensado hacerle un santuario a don Alejo en este mezquite. Le vamos a dar vida al mezquite ese, le vamos a meter tierra. De hecho ya se llama El mezquite de don Alejo. En vida de él, este mezquite nació después del huracán Alex. Don Alejo lo vio y me dijo: “No me lo vayan a arrancar”. Por eso ya mandamos a hacer la cruz. Va a ser un recibimien­to para el que venga a trabajar y para los que vengan de visita.

—¿Cuál es el mejor recuerdo de usted con don Alejo en el rancho?

—Tengo varios, pero le voy a contar uno porque mucha gente lo reconoce aun de muerto: en un día de diciembre, don Alejo le tiró a un venado ahí en una brecha muy bonita donde les poníamos comida. Era a unos días de Navidad y don Alejo quería darle a mi esposa la carne del venado para que les hicieracon ella a mis hijos los tamales de la noche del 24. Cabe decir que Don Alejo solo mataba uno o dos venados por temporada.

Entonces, le tiró al venado, pero solo le quebró el brazo y el animal se fue. Para eso ya eran las seis de la tarde, así es que envió a los perros y le dimos tres o cuatro vueltas al lote, sin que viéramos al venado de nuevo. “Creo que este venado ya lo perdimos. Ya no escucho al perro”, me dijo. Pero también habíamos soltado una perra, era una bounty

‘“Yo pago poco pero seguro’, me dijo y así fue; incluso el día que nos despedimos me pagó”

hound y de repente oímos ladrar a laperraall­áporlapres­a.Ahínosdimo­s cuenta de que el venado se había metido al agua de la presa.

Así es que entré y agarré al venado de los cuernos y me lo traje al monte, pero el animal estaba grande y todavía se movía, por lo que don Alejo se arrimó por un lado de mí y con una navajita que siempre traía, le clavó y no le erró.

Gracias a eso fue como tuvimos enlacasanu­estracenad­eNavidad. Don Alejo estaba muy contento y contaba siempre la anécdota a todo mundo. Al venado aquel le puso el nombre de Nadador. “Darse uno a respetar”

—¿Qué le parecen los corridos en honor de don Alejo?

—Algunosmed­antristeza­yprefieron­oescucharl­os,lesoysince­ro. Tampoco tengo mucho tiempo, le soy sincero también.

—¿Qué pasó con el rancho después de que murió don Alejo?

—El hijo de don Alejo recibió los bienesylue­golosvendi­ó.ElSanJosé ahora ya está en nuevas manos, en nueva familia, pero mantuviero­n el nombre que le había puesto don Alejo al rancho.

—¿DonAlejope­nsabavende­rsu rancho antes del ataque?

—Llegóatene­rgentesque­vinieron a ofrecerle buenas cantidades para comprarlo. Una vez me dijo: “No,fíjesequen­o.Nolovendem­os. Nos vamos a quedar con él”. Otra ocasión también: “Fíjese que me ofrecentan­to,pero¿quécree?,que amo yo tanto esto que realmente no lo vamos a vender, aquí nos hacemosvie­jos”,medijovari­asveces. Don Alejo nunca hubiera vendido este rancho.

—¿Y cómo son los nuevos dueños del rancho?

—A mí me da mucho gusto ahoritaene­stemomento­estaryotod­avía aquí y ver lo que estos señores están haciendo con la propiedad. Por eso yo sigo aquí, porque yo le debo tanto a esta tierra. Aquí crecieron mis hijos.

—¿Y qué era don Alejo para usted?

—Aparte de ser un patrón, un amigo. Un gran amigo. Me hizo estar donde estoy. A mí don Alejo me dijo y me lo cumplió desde que yo era joven: “Mire, yo le voy a ayudar”.ParamídonA­lejofuemás­que nada un padre, mi segundo padre. Porque yo creo… a mi me enseñó (llora)…

—¿Qué es le enseñó don Alejo? —Adarseunoa­respetar.Esofue lo que me enseñó don Alejo.

Para una Navidad don Alejo cazó un venado para mí, lo hirió, el animal huyó y lo hallamos en una presa

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YVONNE VENEGAS Una puerta que quedó con marcas de bala.
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YVONNE VENEGAS La entrada a la propiedad, que ahora ya es administra­da por otra familia.

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