Milenio Tamaulipas

Ejército goza de prestigio

Hace llover sobre el instituto armado toda suerte de beneficios; le asigna facultades y funciones que nunca ha tenido y que ciertament­e no correspond­en a su misión y su naturaleza. El Ejército Mexicano goza de prestigio.

- ARMANDO FUENTES AGUIRRE CATÓN

“Soy ninfómana”. El doctor Duerf, célebre analista, escuchó la declaració­n de la bella mujer, se puso una mano en la barbilla e hizo: “Mmm”. Prosiguió ella: “No puedo ver a un hombre, a cualquier hombre, sin entregarme a él”. El psiquiatra cambió de mano en la barbilla y volvió a decir: “Mmm”, pero ahora colocando las emes en diferente orden. Continuó la mujer: “Al siguiente día tengo remordimie­ntos por haberme acostado con un total desconocid­o”. Con las dos manos en la barbilla hizo el doctor Duerf: “Mmm. Mmm.”. “Por eso estoy aquí” -concluyó la visitante. Habló el facultativ­o: “Creo que en 100 sesiones semanales podré quitarle esa lubricidad que la lleva a sentir remordimie­ntos”. La mujer se apresuró a pedir: “Déjeme la lubricidad, doctor, y quíteme los remordimie­ntos”. Me llama la atención y me preocupa la manera en que López Obrador parece estar cortejando al Ejército Nacional. Hace llover sobre el instituto armado toda suerte de beneficios; le asigna facultades y funciones que nunca ha tenido y que ciertament­e no correspond­en a su misión y su naturaleza. El Ejército Mexicano goza de prestigio. En situacione­s de emergencia acude siempre en ayuda de la población. He visto cómo se le aplaude en los desfiles, y cuánto se valora el hecho de que ha sabido ceñirse a sus deberes sin caer nunca en la peligrosa tentación de la política. Por encima de cortejos y dádivas que suscitan recelo nuestro Ejército -a todos los mexicanos perteneceh­a de mantenerse hoy y en el futuro dentro del orden constituci­onal. Aunque el Presidente sea su jefe nato o comandante supremo la ley máxima está sobre la voluntad de un solo hombre. Permítasem­e el anacrónico lujo de una cita clásica. Pertenece a “La Eneida” de Virgilio. Los griegos han puesto sitio a Troya, pero después de un prolongado asedio no han podido tomar la riquísima ciudad. Fingen retirarse en sus naves y dejan en la playa un enorme caballo de madera que los troyanos salen a mirar, curiosos. ¿Qué es eso? ¿Un dios o ídolo? ¿Algún monumento conmemorat­ivo? Habló Laocoonte, sacerdote de Apolo: “Quidquid id est, timeo danaos et dona ferentis”. “Sea eso lo que sea, temo a los griegos y a sus regalos”. No hicieron caso los troyanos y metieron el caballo en la ciudad. Dentro del armatoste iba un grupo de soldados griegos encabezado­s por Ulises. Esa misma noche abrieron la puerta de la ciudad a sus compañeros y la tomaron. Larga la cita, pero ilustra bien la suspicacia que provocan tantos regalos de López Obrador a los militares. “Quidquid id est.”. Joven y sano era aquel esposo, y aun así sufría episodios de disfunción eréctil. A veces batallaba para izar el lábaro de su masculinid­ad. No debe sorprender su caso: tal problema, causado por fatiga o nerviosism­o, es más frecuente de lo que se piensa. Hasta los claros varones de Saltillo, famosos por su vigor y su ardentía, lo han padecido alguna vez a pesar de las miríficas aguas de su solar nativo. No hay nada, sin embargo, que no pueda arreglar una compañera tierna y comprensiv­a. O, a cierta edad, la ayuda de alguno de los modernos fármacos en uso, regalo del Señor a la humanidad cadente. El caso es que aquel joven que digo, atribulado por su falta de ímpetus eróticos, recurrió a un terapeuta. No quiso ocultarle eso a su mujercita, de modo que le dijo: “Quiero confesarte, Florimela, que estoy viendo a un psicólogo”. Respondió ella: “Que eso no te mortifique. Yo estoy viendo a un contador público, un piloto aviador, un economista, un agrónomo, un doctor en letras y un licenciado en ciencias de la comunicaci­ón”. FIN.

Mirador

En mis andares de juglar escucho historias que parecen cuentos y cuentos que tienen realidad de historia. Me dicen de un curita mexicano que fue enviado a una ciudad de Estados Unidos en la que había una nutrida población hispana. El tal cura no podía ver a “los gabachos” -así llamaba él a los norteameri­canos-, y en sus sermones tronaba contra ellos por esto y por aquello.

El obispo de la diócesis se enteró de las diatribas del presbítero; lo hizo llamar y lo reprendió severament­e. No debía hacer diferencia entre hispanos y sajones, antes bien había de acercarse más a sus parroquian­os estadounid­enses y procurar servirlos.

El padrecito obedeció. Al día siguiente puso en la puerta de la casa parroquial este letrero: “A partir de mañana se darán aquí clases gratuitas de Español a alumnos norteameri­canos. Único requisito: que tengan 90 años de edad o más”.

El obispo le preguntó, extrañado: -¿Por qué el requisito de los 90 años? Explicó el padrecito:

-Los de esa edad llegarán pronto a la presencia del Señor, y será bueno que entiendan el idioma en que les va a hablar.

Habló Laocoonte, sacerdote de Apolo: “Quidquid id est, timeo danaos et dona ferentis”. “Sea eso lo que sea, temo a los griegos y a sus regalos”.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

“. AMLO denuncia a los saqueadore­s de la Comisión Federal de Electricid­ad.”.

Incurriero­n en delito; obraron de mala fe.

Hoy a los bandidos se les apareció el diablito.

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