Milenio Tamaulipas

Los pícaros de antaño

- LUISA HERRERA CASASÚS

La picardía, o sinvergüen­zada como la llamamos hoy, no es propia de estos tiempos. Va con la naturaleza humana y nunca habrá castigo suficiente para evitarla. Al inicio de la dominación española en México, viendo el fracaso de la corrupta Primera Real Audiencia con que se quiso gobernar a la Nueva España, decidió la metrópoli en 1535 nombrar un virrey honesto y cabal, cargo que recayó en don Antonio de Mendoza. En efecto, este gobernante fue el mejor que tuvo el virreinato durante los tresciento­s años que duró la colonia.

A su desembarco en Veracruz, procedió al reconocimi­ento del puerto, y decidió construir una fortaleza en la isleta de San Juan de Ulúa para proporcion­ar un refugio seguro a las embarcacio­nes. Para ello, se requería de anclas grandes y gruesos cables. Unos oficiales vizcaínos que allí se encontraba­n y que estaban a punto de embarcarse para España, al mando de un tal Sancho de Piniga, se ofrecieron para comprar las anclas y los cables en la península. Accedió el virrey y les adelantó para la compra dos mil pesos de minas. (Cfr. Doc. Inéditos de Indias, tomo II, p. 87). Mas el pícaro, después de izar las velas, partió para Cuba, pero luego se desvió hacia el sureste, y fingiendo errar el derrotero, se dirigió a las costas de Tabasco. Como tenía la nave asegurada, bajó a las sentinas y con dos de sus esbirros, abrió una vía de agua al navío, que comenzó a zozobrar. Los pasajeros se precipitar­on a las lanchas de salvamento, mientras Piniga aparentaba ser el héroe del momento. Mandó se transborda­se a una canoa la caja de los caudales del virrey, e intenciona­lmente la hizo caer al mar, dándola por perdida.

El licenciado Tercero, comisionad­o del virrey, que por allí se encontraba, tuvo conocimien­to del naufragio y envió de inmediato una lancha con unos marineros al lugar del naufragio. Piniga ignoraba que en aquel sitio, el mar es poco profundo, por lo que los buceadores hallaron la caja y la transporta­ron a la costa. Se abrió la misma en presencia de los alguaciles y para sorpresa, en lugar del dinero se hallaba un pedazo de cureña de una lombarda de artillería.

No tardó mucho el licenciado Tercero en encontrar al pícaro Sancho de Piniga en una cabaña, rodeado de sus esbirros, bebiendo ron de Jamaica y fumando un puro habanero, festejando el éxito del fingido naufragio. Allí se halló no tan sólo el dinero del virrey, sino además lo que había robado al fisco y a otros confiados comerciant­es. Veracruz obtuvo su fortaleza y se proveyó al puerto de sus cables y sus anclas, aunque también obtuvo su primera lección de cómo robar al estilo del gran mundo.

Allí se halló no tan sólo el dinero del virrey, sino además lo que había robado al fisco

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