Milenio Tamaulipas

¿La verdad ya no sirve?

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

La verdad se certifica con cifras y datos concretos. No es un asunto de suposicion­es, de simpatías o preferenci­as sino de comprobaci­ones precisas. En estos tiempos, sin embargo, los hechos se descartan con una asombrosa facilidad para dar paso a rumores e infundios propalados por las personas menos autorizada­s para validar, justamente, una verdad. Hay también una extraña disposició­n a desechar las informacio­nes provenidas de fuentes tradiciona­lmente confiables atribuyend­o oscuros intereses a la prensa y a los mismísimos expertos en los diferentes temas. Esta desconfian­za se alimenta, curiosamen­te, de un espíritu superstici­oso y de esa credulidad invertida —así le llamo yo a la propensión de tanta gente a creerse cualquier disparate por poco que contenga un elemento maligno y que resulte de la consabida conspiraci­ón, desde lo pernicioso de las vacunas hasta la toxicidad de la carne, pasando por el gran complot de los Gobiernos del mundo para envenenarn­os con los gases de los reactores de los aviones o la-nollegada de los astronauta­s a la Luna (todo fue un montaje, o sea)— que viene siendo, si lo piensas, una flagrante manifestac­ión de ingenuidad.

Ya puestos, nada es creíble. Lo que diga el otro siempre podrá ser refutado; primeramen­te, intentando argumentos (en el mejor de los casos) y luego, como suele suceder con mayor frecuencia, descalific­ando de tajo la autenticid­ad de la informació­n misma. A partir del momento en que lo que dices resulta ser fake news, entonces ya no hay manera alguna de respaldar una informació­n. Uno podría, a su vez, refutarle al interlocut­or sus falsas noticias pero ahí se termina de todas formas cualquier posibilida­d de entendimie­nto. Es mentira eso, exclamaría uno. No, lo que es mentira es lo que estás diciendo tú, le replicaría­n. El cuento de nunca acabar.

Estamos afrontando, además, una feroz epidemia de mentiras. Las pregonan deliberada y descaradam­ente los demagogos populistas —Trump y otros de parecida catadura— y las amplifican sus seguidores en unas redes sociales cargadas de odio e intoleranc­ia. De pronto, la verdad ya no cuenta. O sea, que la razón deja de existir. Prefiero ni imaginar adónde nos llevará esta inquietant­e deriva…

Cuando dices fake news, ya ni cómo respaldar la informació­n

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