Milenio Tamaulipas

El valiente ve la muerte solo una vez (Última parte)

La familia vuelve al rancho de Tamaulipas que don Alejo defendió con su vida, mientras un grupo de cazadores recuerda en Texas al hombre que se volvió leyenda en el noreste de México

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decidió llamar a Joaquín, el vaquero de la propiedad. –¿Pues qué pasa, Joaquín? –Es que fíjese que hay muchos soldados.

–¿Y eso?

–Pues hay muchos soldados adentro del rancho.

–Bueno, ¿y eso qué? Usted pase y vea a mi esposo a ver cómo está. A lo mejor los soldados fueron a hacer alguna revisión.

–Es que no sabe cuántos hay: hay demasiados y no me dejan entrar.

–No, dígales que usted es su trabajador del rancho, que lo dejen pasar, y luego me habla para decirme cómo está mi esposo, porque yo tengo pendiente.

Joaquín no regresó la llamada ese día.

Cerca de la una de la tarde del domingo 14 de noviembre de 2010, un grupo de familiares llegó a la casa de don Alejo en Monterrey. Ya sabían que había muerto pero no sabían cómo decírselo a Leticia, hasta que uno le dijo. Ella se negó a aceptarlo y llamó por teléfono a su hija Alejandra: “Hijita, dicen que tu pa- pá está muerto, pero no es cierto, vente para la casa”.

Alejandra se encaminó de inmediato. Se sorprendió de encontrar la calle llena de autos. Varios vecinos les dijeron después que pensaban que tendrían fiesta. No se imaginaban que habían matado a don Alejo en el rancho de Tamaulipas, donde pasaba los fines de semana.

Leticia recordó que un día antes de irse, su esposo llegó a la casa con un rosal en una bolsa de plástico, diciéndole que era un regalo para ella: “así no solo te daré una rosa, sino varias y muchas veces”. Después del funeral, la esposa de don Alejo sembró el rosal en el jardín de la casa.

Durante mis entrevista­s con ella y sus hijas a lo largo de estos años, diversas podas del rosal siempre estuvieron en un rincón del interior de la casa. “Yo lo tengo ahí a él. Siento que estas flores él me las envía”.

Fue así como un día surgió la idea de que Leticia, Marcela y Alejandra volvieran al San José para plantar una poda del rosal en honor de don Alejo.

“Hijita, dicen que tu papá está muerto, pero no es cierto, vente para la casa”, contó Leticia, esposa de la víctima

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Días antes de acompañar a la familia de don Alejo en su regreso al San José viajé a un rancho del empresario Bob Secrest, en Kerville, un pueblo del condado de Kerr, en Texas. Bob celebraría una reunión especial en su propiedad con cazadores mexicanos y texanos, amigos de don Alejo.

Del lado americano, además de Bob, estaba Webb Melder, también empresario y ex alcalde de Conroe, una ciudad texana cercana a Houston; del lado mexicano, los hermanos Humberto, Alfonso y Everardo Salazar, comerciant­es y ganaderos, así como Hugo Cavazos, todos ellos de Allende,latierrana­taldedonAl­ejo.

Todos eran amigos entre sí desde principios de los 80, gracias a la cacería que cada año practicaba­n en ranchos de Estados Unidos y México, donde el San José era uno de los que más destacaban para practicar cacería de paloma, ganso canadiense y de codorniz, así como pesca.

El rancho de don Alejo no era el único que gozaba de este ir y venir. Otros ranchos de la región también recibían numerosos visitantes texanos.

“Todo eso –recuerda Hugo con tristeza en una mesa donde conversa con los demás participan­tes de la reunión– le daba vida a los ejidos, porque se llevaban a los chamacos a trabajar y estos se ganaban buen dinero ayudando. Ahora nohaytraba­jonisiquie­raenlaagri­cultura. Yo tengo un rancho en Tamaulipas y ya tengo cuatro años de no ir por la situación”.

Webb sigue la conversaci­ón. –Tendremos que aferrarnos a esas historias del pasado, porque desafortun­adamente no podemos ir a México a menudo. No

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YVONNE VENEGAS Amigos de don Alejo recuerdan con pesar lo sucedido en 2010.

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