Milenio Tamaulipas

Moctezuma y Cortés

En 2019 se cumplen 500 años del día en que Moctezuma y Cortés se vieron la cara por primera vez; la mitad de un milenio se ha cumplido; sabemos dónde ocurrió esa cita con la historia y los sucesos posteriore­s a ese encuentro terrible

- GIL GAMÉS gil.games@milenio.com Gil s’en va

Gil cerraba la puerta de la semana con desinterés por el mundo y la debilidad imbatible de la vida. Caminó sobre la duela de cedro blanco y recordó que en 2019 se cumplen 500 años del día en que Moctezuma y Cortés se vieron la cara por primera vez. La mitad de un milenio se ha cumplido. Sabemos dónde ocurrió esa cita con la historia y los sucesos posteriore­s a ese encuentro terrible. Todo empezó en la calzada de Iztapalapa. Gamés trae algunas escenas de ese encuentro, de esa ciudad, de esa historia, y las arroja a esta página del fondo. Algunos párrafos de esa cita tallada por las manos de Hugh Thomas y Juan Miralles. Viajemos al pasado.

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Si bien en Te no ch titlánl anoche del 8 de noviembre de 1519 fue desacostum­bradamente silenciosa, el amanecer del 9 fue probableme­nte normal. Si alguno de los conquistad­ores se hubiese levantado temprano, habría visto muchachos caminando apresurado­s en la oscuridad por las calles cerca del palacio de Axayácatl, cargando copil para añadirlo a los braseros en la cima de las pirámides; o mozas llevando tortillas a los sacerdotes; o bien, comerciant­es de canoas, que regresaban de lugares lejanos.

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Cortés y sus seguidores pasaron varios días descansand­o y visitando la ciudad, en compañía de los sirvientes de Moctezuma (…) La red de estrechas calles en las que dos personas apenas podían caminar codo a codo los asombró tanto como las anchas avenidas de tierra bien batida, con canales en medio y vías para peatones en ambos lados. (Hugh Thomas: La Conquista de México. Planeta, 2000.)

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La mañana del 8 de noviembre de 1519, a hora temprana, llegaron a la calzada que desde Iztapalapa daba acceso a la ciudad por el sur. Como avanzada partió un mensajero indígena, que corriendo a lo largo del trayecto, iba advirtiend­o que todo mundo debería despejar el camino. Al que estorbase el paso se le daría muerte. En cuanto la calzada estuvo libre, comenzó la procesión. Cortés haría la marcha con su pelotón de jinetes –trece en total–, llevando a su lado a Malintzin. A continuaci­ón venían los de a pie, cuyo número se sigue calculando en tresciento­s, lo cual viene a corroborar aquello de que solo uno habría muerto en los encuentros librados. Seguía el contingent­e de los pueblos aliados, que podían sumar más de cinco mil, y seguía la marcha una larga procesión de mujeres, las naborías, encargadas de preparar la comida.

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Una vez que se encontraro­n frente a frente, Cortés descabalgó, mientras que Moctezuma, Cacama y Cuitláhuac ponían la mano derecha en la tierra y luego se la llevaban a los labios en señal de saludo. Cortés intentó abrazarlo, pero los parientes lo impidieron; no obstante consiguió echarle al cuello un collar de cuentas de colores. Realizados esos saludos se acercaron los cerca de doscientos dignatario­s, quienes, uno a uno, repetían la misma salutación. Cuando hubieron desfilado todos, Moctezuma se dio la media vuelta y, del brazo de Cacama, comenzó a caminar mientras Cuitláhuac ofrecía el suyo a Cortés. De esa manera la procesión entró a la ciudad. Fueron conducidos al Palacio de Axayácatl, padre de Moctezuma, el cual había sido acondicion­ado para albergar a Cortés y a su ejército.

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Bernal señala que cuando Moctezuma calculó que ya había comido y reposado, volvió trayendo gran cantidad de joyas de oro y plata, y de plumajes y mantas muy ricas que le entregó como presente. A continuaci­ón, sentándose a su lado inició un largo parlamento diciendo que, por sus escrituras, tenían conocimien­to de no ser originario­s de la tierra que habitaban sino extranjero­s, y que a sus antepasado­s los había traído un señor que volvió a su lugar de origen de hacia donde nace el Sol; y como ellos decían que venían de esa dirección, se daban cuenta de que eran súbditos de ese señor. Por tanto manifestó su disposició­n a obedecer los mandatos de éste.

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Acto seguido, le pidió no dar crédito a todo lo que los de Cempoala y Tlaxcala le habían dicho de él, pues ni las paredes de su casa eran de oro, ni él era un Dios, y para enfatizarl­o, se alzó la manta diciendo: “véisme aquí que soy de carne y hueso”.

(Juan Miralles: Hernán Cortés, inventor de México. Una biografía. Tusquets, 2001)

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Sí: los viernes Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras se acerca el mesero con la charola que sostiene el Glenfiddic­h 15, Gamés pondrá a circular la frase de Fitzgerald por el mantel tan blanco: Enséñame un héroe y te escribiré una tragedia.

Estas escenas de la cita son talladas por las manos de Hugh Thomas y Juan Miralles

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