Notas a la oposición
La salud política de un país depende de la coexistencia equilibrada de sus pasiones, a falta de balance surgen las enfermedades que erradican cualquier razón. La natural imposibilidad de coincidencia en todos los sectores de una población es lo único que se necesita para desear oposiciones articuladas. Si el gobierno mexicano navega sin obstáculos reales, la homogeneidad no se traduce en signos de bienestar político ni social. Así, las oposiciones están obligadas a entender el escenario en que deben formarse. No está sucediendo.
Fuera de un acuerdo con pendientes enrevesados alrededor de la Guardia Nacional, la oposición no parece diferenciar entre retórica y demostración para articular un discurso sólido e indispensable.
Su escenario es la tradición de la política mexicana. El mal entendimiento de la democracia que confunde la fuerza de la mayoría sobre la minoría, con la nulidad de esa minoría.
Para ser eficaz, una oposición tiene que entender su condición dual en lo reactivo y en lo que no dará efectos inmediatos. Es oposición para los menesteres cotidianos y, a través de su reacción, se podría conformar como una opción electoral a la distancia. Si solo se ocupa de una variante no sucederá nada con la otra. En el juego menos explora- do de nuestra política, su única opción es comprender su marginalidad para, a partir de ella, intentar expandirse entre las grietas que se van presentando. Sacar un bien discutible de un mal evidente, se decía en mi casa.
Una de sus mayores complicaciones se encuentra en la vocación opositora a definirse desde su contrario, pero ese discurso no tendrá alcances de gran aceptación por el momento. México transita en una paradoja más profunda: las oposiciones son imprescindibles para la vida democrática, pero, sin serlo, parecen prescindibles en el consenso que se percibe en la vida pública del país. Las oposiciones significativas de nuestra historia reciente solo han cobrado fuerza si existe una sensación de urgencia, si no absoluta, medianamente generalizada. En la adolescencia de nuestra democracia siempre se ha apostado por el derrumbe trágico para renovar posiciones, los costos de esa espera pueden evitarse. Una nueva oposición cuenta con la oportunidad de dejar el hábito de nuestras costumbres políticas para domesticar sus pasiones, y contener las de los demás. Forzosamente se irán generando, están en la esencia de todo proyecto de gobierno.
Aquello que hoy se llega a ver como una asimetría en las preocupaciones y posturas no tiene espacio para reflejar una interpretación muy distante a la enraizada sobre la realidad del país. Entonces, a la oposición que se construya le queda mostrar una relación diferente con las consecuencias de lo inmediato. Esa es la gran vulnerabilidad que se exhibe desde Palacio Nacional. Como ha ocurrido en tantos casos, por la prisa y ambigüedad que impone la actual administración, es probable que una oposición no encuentre más eco que el de sus pares, pero tampoco puede olvidar a quién se dirige: un interlocutor que aún no está frente a la boleta.
Desde la oposición, quizá ya sea momento de entender que la política es el equilibrio entre razones y pasiones que se articulan en la seducción.