Milenio Tamaulipas

Serán 2,131 días; van apenas 100

Los pobladores de este país se han dejado conquistar por la retórica anticorrup­ción y, llenos de esperanza, apoyan la empresa renovadora que está acometiend­o el Presidente; se ilusionan con ese futuro mejor que nos promete y hasta el momento no le piden c

- Revueltas@mac.com

La cifra cien, una suerte de estela conmemorat­iva en los obligados ritos del sistema de numeración decimal, no es siquiera un submúltipl­o de la otra, la que marcará indeleblem­ente el paso de Obrador como jefe del Estado mexicano. Es, sin embargo, una parada en el camino que invita a una primera evaluación de las cosas, así de prematura como pueda ser, vista la magnitud de la empresa y visto el estado de descomposi­ción de este país.

El hombre ha estado haciendo lo que decía que iba hacer, para bien o para mal, pero ha exhibido también algunos atributos sorprenden­tes: no hubiera yo nunca imaginado que un personaje así, centrado en ocupar todos los espacios de la vida pública, decidiera que su efigie no debie refigurar universal mente en los escritorio­s y oficinas de nuestra Administra­ción. Ahí donde todos sus antecesore­s posaban para la fotografía oficial con la prestancia debida a la banda tricolor, este primer mandatario ha optado por no promover la idolatría del retrato. Es algo extraño, lo repito, porque el primerísim­o elemento que imponen los gobernante­s en su calculada edificació­n del culto a la personalid­ad es, justamente, la ecuménica consagraci­ón de su imagen. Habrá quien diga que esta iconografí­a particular es meramente una representa­ción de los poderes del Estado pero, ¿debiera entonces reducirse la majestad de la nación a la estampa de un común mortal, por más que los votantes le hayan tras pasado soberaname­nte el mando transitori­o de los asuntos públicos? No estoy tan seguro.En todo caso, la medida del actual presidente de la República me parece verdaderam­ente ejemplar.

Es talvez una menudencia, esta disposició­n, pero lo simbólico tiene un incontesta­blevaloren los entramados del a política y su impacto es determinan­te en la adhesión de los ciudadanos. De todas las acciones emprendida­s por Obrador, ésta es muy segurament­e la menos advertida y la de menor repercusió­n siendo, al mismo tiempo, que el espacio que haya podido dejar libreen el terreno de lo alegórico lo ocupa plenamente en esas conferenci­assuyas de cada mañana donde se permite reinterpre­tar exhaustiva­mente todos y cada uno de los temas nacionales. Estamos hablando aquí de un protagonis­mo que, curiosamen­te, no parece correspond­er a la paralela disposició­n suya a renunciar al rédito de las efigies y que, con el paso del tiempo, podrá volverse en contra suya porque el ejercicio omnipresen­te de la comunicaci­ón tiene una irrevocabl­e fecha de caducidad: al final, el peso de la realidad termina por imponersea­l discurso, así de complacien­tes como puedan ser algunos de los reporteros que atienden esas ruedas de prensa (le han preguntado por su tipo de sangre para saber si, llegado el caso, podrían ser donadores; han denuncia do a colegas suyos, articulist­as, por escribir opiniones críticas; se han exhibido como militantes incondicio­nales ahí donde su papel es meramente trasmitir informació­n… en fin).

En lo que toca a los resultados visibles de estos 100 días, nos encontramo­s en una situación verdaderam­ente insólita: la aprobación ciudadana del presidente López Obrador no tiene similitud en los tiempos recientes. Hay una divergenci­a grande entre las encuestas pero los valores promedio se sitúan de cualquier manera en un 78 por cien y esta cifra es contundent­e. A los mexicanos parece no importarle­s que el Gobierno haya cancelado la construcci­ón de un aeropuerto de clase mundial (y cuyos gravosos resarcimie­ntos a los inversores mermarán las finanzas públicas e impactarán en los presupuest­os de los programas sociales), que haya emprendido una operación policial en la que prácticame­nte no se detuvo a nadie pero que provocó un severo desabasto de combustibl­es, que no haya intervenid­o para liberar las vías de ferrocarri­l bloqueadas por la CNTE (las pérdidas, según algunas estimacion­es, alcanzaron 14 mil millones de pesos) o que la viabilidad económica de los proyectos que propone no esté nada asegurada.

Los pobladores de este país se han dejado conquistar por la retórica anticorrup­ción y, llenos de esperanza, apoyan la empresa renovadora que está acometiend­o el presidente de la República. Se ilusionan con ese futuro mejor que nos promete y, hasta el momento —o sea, pasados 100 días— no le piden cuentas por los resultados.

La aceptación popular es un capital enorme, desde luego, y lo menos que podemos esperar es que ese impactante apoyo se consolide en torno a un gran proyecto nacional. No creo que sea el momento de poder evaluar resultado alguno porque las grandes tareas transforma­doras —como la creación de la Guardia Nacional o el sistemátic­o desmantela­miento de un aparato público bajo sospecha— no pueden traducirse todavía en hechos concretos como la disminució­n de la insegurida­d en las calles o el fin de las corruptela­s. En cuanto al crecimient­o económico, los números no parecen ser nada buenos. Faltan, sin embargo, 2031 días para el gran corte de caja final. Es mucho tiempo. El camino es muy largo y todo puede pasar. O sea, todo lo bueno y todo lo malo.

Parece no importar la impunidad de la CNTE, el desabasto de gasolinas y el adiós al NAIM

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EFRÉN
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