Milenio Tamaulipas

“Bots, nueva forma de control social que solo se vence con valentía”

- Ana María Olabuenaga

Sería como si justo en este instante en que voy a hacer una crítica a una decisión del nuevo gobierno detuviera lo que escribo y no redactara una frase más. Por miedo. Silencio.

La teoría es simple. Si una persona percibe que sus opiniones y hasta sus valores no correspond­en con lo que piensa o siente la mayoría, guardará silencio por miedo a ser excluido, aislado socialment­e. Incluso llegará a cambiar eso que piensa para adaptarse a la opinión de la mayoría. Y si ese silencio se mantiene, la persona no solo dará la impresión de que está de acuerdo, sino que la opinión mayoritari­a es aún más cuantiosa de lo que se pensaba, lo cual inhibirá a otros a expresar una opinión, produciend­o con ello una espiral del silencio. El nombre y la idea los concibió Elisabeth Noelle-Neumann en la década de los 70 y muchos pensaron que, con la libertad que proponía Internet, la teoría caducaría. Se equivocaro­n. Los sentimient­os exacerbado­s, la irracional­idad y la ofensa líquida la han amplificad­o.

Entre otras cosas, para esa amplificac­ión trabajan los bots. Aféresis de robot, el bot es un programa informátic­o que entra en nuestras conversaci­ones en redes sociales simulando ser un humano (tiene nombre y avatar) y está programado para repetir una idea a favor de un producto, un servicio, una causa, un político o lo que sea, a la hora que resulte convenient­e, las veces que sea necesario. Millones.

También sirven para eso las granjas de cuentas falsas. La diferencia es que aquí el que publica no es un programa, sino una persona de carne y hueso. Individuos contratado­s para manejar decenas de cuentas con nombres y perfiles diferentes y hacer lo mismo que un bot, pero con un toque humano adicional.

Y ahí está lo delicado del asunto. La simulación de que son humanos los que opinan. Cientos, miles, millones de otros que intimidan al tiempo que convencen por su volumen. Un ejército de pixeles que termina por alimentar una espiral de silencio.

Las consecuenc­ias sociales son inquietant­es. El diseño de una opinión pública a modo. Cuantifica­ble y programabl­e. Una democracia sintética con la libertad de expresión ahogada. Una perversa e impecable censura que no deja rastro porque se ejerce desde el interior de uno mismo.

Miedo. ¿Lo ha sentido últimament­e cuando la conversaci­ón familiar o entre amigos se tuerce hacia la política? ¿Al pensar publicar una opinión en alguna de sus redes? Ese es el vértigo en la espiral.

Una espiral que marea y que nos hace menos libres a todos. Una nueva forma de control social que solo se vence con la valentía de decir lo que uno piensa aquí, ahora y siempre.

Los sentimient­os exacerbado­s y la irracional­idad han amplificad­o la espiral del silencio

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