“Bots, nueva forma de control social que solo se vence con valentía”
Sería como si justo en este instante en que voy a hacer una crítica a una decisión del nuevo gobierno detuviera lo que escribo y no redactara una frase más. Por miedo. Silencio.
La teoría es simple. Si una persona percibe que sus opiniones y hasta sus valores no corresponden con lo que piensa o siente la mayoría, guardará silencio por miedo a ser excluido, aislado socialmente. Incluso llegará a cambiar eso que piensa para adaptarse a la opinión de la mayoría. Y si ese silencio se mantiene, la persona no solo dará la impresión de que está de acuerdo, sino que la opinión mayoritaria es aún más cuantiosa de lo que se pensaba, lo cual inhibirá a otros a expresar una opinión, produciendo con ello una espiral del silencio. El nombre y la idea los concibió Elisabeth Noelle-Neumann en la década de los 70 y muchos pensaron que, con la libertad que proponía Internet, la teoría caducaría. Se equivocaron. Los sentimientos exacerbados, la irracionalidad y la ofensa líquida la han amplificado.
Entre otras cosas, para esa amplificación trabajan los bots. Aféresis de robot, el bot es un programa informático que entra en nuestras conversaciones en redes sociales simulando ser un humano (tiene nombre y avatar) y está programado para repetir una idea a favor de un producto, un servicio, una causa, un político o lo que sea, a la hora que resulte conveniente, las veces que sea necesario. Millones.
También sirven para eso las granjas de cuentas falsas. La diferencia es que aquí el que publica no es un programa, sino una persona de carne y hueso. Individuos contratados para manejar decenas de cuentas con nombres y perfiles diferentes y hacer lo mismo que un bot, pero con un toque humano adicional.
Y ahí está lo delicado del asunto. La simulación de que son humanos los que opinan. Cientos, miles, millones de otros que intimidan al tiempo que convencen por su volumen. Un ejército de pixeles que termina por alimentar una espiral de silencio.
Las consecuencias sociales son inquietantes. El diseño de una opinión pública a modo. Cuantificable y programable. Una democracia sintética con la libertad de expresión ahogada. Una perversa e impecable censura que no deja rastro porque se ejerce desde el interior de uno mismo.
Miedo. ¿Lo ha sentido últimamente cuando la conversación familiar o entre amigos se tuerce hacia la política? ¿Al pensar publicar una opinión en alguna de sus redes? Ese es el vértigo en la espiral.
Una espiral que marea y que nos hace menos libres a todos. Una nueva forma de control social que solo se vence con la valentía de decir lo que uno piensa aquí, ahora y siempre.
Los sentimientos exacerbados y la irracionalidad han amplificado la espiral del silencio