Milenio Tamaulipas

Inmoral proyecto de revocación

La trampa es obvia: no buscan la re elección presidenci­al sino la eterniza ción de Morena.

- CARLOS MARÍN

Ninguna necesidad había de que el Presidente quedara bajo sospecha de pretender su “reelección”. Tampoco de que su mayoría diputadil aprobara sin chistar (como sucedió con la Guardia Nacional y el abortado por el Senado mando militar) la reforma constituci­onal sobre la revocación de mandato. Menos aún que Andrés Manuel López Obrador improvisar­a la desafortun­ada frase “No soy un ambicioso vulgar”: ambición entraña proclivida­d obsesiva a conseguir fama, poder o riqueza (lo de menos es que tal aspiración sea vulgar o refinada).

El que Francisco I. Madero figure en el emblema oficial ( junto con José María Morelos, Miguel Hidalgo, Benito Juárez y Lázaro Cárdenas) y que su lema principal fuera “Sufragio Efectivo, no reelección”, es para suponer que lo menos a que AMLO se atrevería es a perpetuars­e en el cargo.

Por lo mismo, carece de importanci­a que, como ofreció, lo ponga por escrito donde celebra sus pláticas para desmañanad­os y que lo firme, como ironizó, “ya saben quién”.

Muy delicado es que, por iniciativa presidenci­al, se pretenda aprovechar las elecciones intermedia­s para ese referendo, y la razón es obvia: el Presidente no tiene derecho (si lo consiguier­a en el terreno constituci­onal carecería del moral) a estar en las boletas con los aspirantes de su partido a presidenci­as municipale­s, diputacion­es estatales y federales y 13 gubernatur­as (Colima, Guerrero, Michoacán, Querétaro, Sinaloa, San Luis Potosí, Nayarit, Campeche, Sonora, Zacatecas, Baja California Sur, Chihuahua

Nada sano traerá si de lo que se trata es de satisfacer demagógico­s caprichos

y Tlaxcala).

La sola idea es obscena porque, como sucedió en la elección presidenci­al, centenares de impresenta­bles ganarían los puestos, no por méritos genuinos, sino por el toque divino de su líder máximo.

No solo: la revocación de mandato, que ha servido de muy poco y nada en las contadas partes del mundo en que se aplica (algunas desde mediados del siglo XIX), responde al reclamo y derecho de la ciudadanía a quitar del cargo a quienes la defrauden.

En el caso mexicano, lo aberrante es que sea sometida a considerac­ión de los electores, no porque lo demande un amplio sector, sino el Presidente de la República.

La revocación debiera votar sea solicitud de otro poder, de la oposición, o de un porcentaje razonable de empadronad­os cuando el gobierno estuviera en serios problemas, pero no como ejercicio obligado impuesto desde el máximo poder y jamás como un mandato constituci­onal si es innecesari­o o no solicitado.

Querer hacerlo en la complejida­d de las elecciones intermedia­s, explicable­mente, genera confusión. Si por el uso político que tiene le resulta inevitable a López Obrador, lo correcto sería practicarl­o al cuarto año, o cada dos.

Tiene sentido como instrument­o para reencauzar la gobernabil­idad en caso de una crisis política, pero nada sano traerá si de lo que se trata es de satisfacer demagógico­s caprichos.

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