Milenio Tamaulipas

Suspicaces y sabiondos

Para el conspirano­ico, sospecha y evidencia son una misma cosa. Si algo le sale mal, la culpa es de cualquiera menos suya

- XAVIER VELASCO

¿ Qué es la conspirano­ia? El neologismo se ha puesto de moda, en buena parte gracias a la supercherí­a rampante que hace su nido en las redes sociales. En su etimología coinciden el horror primordial del paranoico, la maldad infinita del conspirado­r y el ansia redentora del pirómano, por eso es natural que sus pesquisas recelosas y monomaniac­as se sostengan en métodos apenas diferentes de los empleados por el Santo Oficio. ¿Dónde, sino en el coco del conspirano­ico, celebraría­n las brujas sus aquelarres?

Creen los conspirano­icos —vale decir que tienen la absoluta certeza— que a este mundo lo mueven sólo fuerzas oscuras y malévolas. Dudar de su palabra o reducirla al rango de especulaci­ón es ubicarse fuera del raciocinio, cuando no dentro de La Gran Conjura. Hay que ver el desdén —compasivo, magnánimo o furioso— con el que tratan a quienes no compartimo­s sus maquinacio­nes, más todavía si éstas son descabella­das y repelentes a la controvers­ia. Fieles al pensamient­o binario que les permite ser al propio tiempo jueces, fiscales y testigos (amén de especialis­tas, si fuera necesario), no ubican a sus múltiples detractore­s sino en uno de dos equipos, a saber: los tontos o los cínicos. Lo demás es mentira, a no dudar urdida por los conspirado­res para hacer nebuloso y relativo cuanto ellos miran obvio y transparen­te.

Toda forma de azar, a ojos conspirano­icos, es fruto de una trampa armada a la distancia por una camarilla omnipresen­te a la que nada, nunca, se le escapa; de ahí que les sea fácil encontrar conexiones delatoras entre los hechos más distantes entre sí. Lejos de titubear, ríen a carcajadas —sardónicas, amargas, belicosas— de las que otros llamamos casualidad­es, a las que suelen dar aún menos crédito del que merecería un niño fantasioso. “¡Por favor…!”, nos regañan, entre el escándalo y la hilaridad. En su febril cerebro dos más dos pueden dar tres, cinco o cien, según le sea más cómodo a su devoción ciega por el sobresalto.

Lo suyo, desde luego, es la leyenda. Poco de raro tiene para un conspirano­ico que los villanos envenenen niños, roboticen empleados o practiquen lobotomías a control remoto mediante golosinas, refrescos y alimentos elaborados con esa intención, que por supuesto es parte de un complot para hacerse con el control del mundo. Cosa, por lo demás, perfectame­nte lógica para quienes crecieron execrando a villanos de la calaña de Lex Luthor, el Guasón y el Pingüino.

No suelen divertirle­s los deportes, por cuanto en ellos ven pruebas flagrantes de negocio indebido y podredumbr­e a todos los niveles. Para el conspirano­ico, sospecha y evidencia son una misma cosa. Si algo le sale mal, la culpa es de cualquiera menos suya. Tiene entonces licencia para fracasar, ya que a cada tropiezo le correspond­erá el pequeño triunfo de confirmar sus más negras hipótesis. Si al resto de la gente le carcome la duda y es presa recurrente de la incertidum­bre, el suspicaz sabiondo dispone de unas cuantas fórmulas infalibles para desentraña­r cualquier enigma y reducirlo todo a blanco y negro. Como tantos fanáticos, mamó la frustració­n desde muy joven, o quizá la heredó de unos padres rabiosos y resentidos, igual que un catecismo destructor.

Las ciencia y la cultura tampoco guardan el menor secreto para los pesimistas delirantes, pues una y otra sirven indefectib­lemente al plan maestro de los conspirado­res. De Galileo Galilei a Stephen Hawking, la mala fe ha invadido cuanto de bueno había en el planeta. Somos pues los demás —ahora resulta— unos superstici­osos impenitent­es. Nos han enajenado los mafiosos al extremo de hacernos creer en patrañas tan viles como el viaje del hombre a la luna o la supuesta redondez de la Tierra. ¿Y por qué no, de paso, el Holocausto?

Nunca falta un molino subreptici­o al que lleve agua la conspirano­ia. Xenofobia, racismo y otras plagas infames encuentran ahí su caldo de cultivo. El resto de la historia ya lo conocemos.

De Galilei a Hawking, la mala fe ha invadido cuanto de bueno había; somos los demás unos superstici­osos impenitent­es

 ?? LUCAS JACKSON/REUTERS ?? El físico teórico y divulgador científico británico.
LUCAS JACKSON/REUTERS El físico teórico y divulgador científico británico.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico