Milenio Tamaulipas

“El pueblo es tonto”: El Bronco

Es una falsedad decir que el pueblo no puede apreciar la buena música. Por eso cuando se hizo desaparece­r aquella magnífica estación nuevoleone­sa, Opus 102, se cometió un grave atentado no sólo contra la cultura, sino también contra la sociedad en su conj

- ARMANDO FUENTES AGUIRRE CATÓN

Dos años ya se cumplen de una muerte que a muchos nos dolió. Esa muerte fue causada por Jaime Rodríguez Calderón, llamado el Bronco, gobernador de Nuevo León. Fue él quien ordenó la desaparici­ón de una maravillos­a estación de radio, Opus 102, que difundía buena música, y la cambió por otra que trasmite básicament­e lo mismo que las estaciones comerciale­s. El argumento que se esgrimió para cometer tal atentado es que la música clásica es elitista -fífí, en terminolog­ía actual-, y que el pueblo no puede apreciarla. Nada más lejos de la verdad. Mi familia y yo operamos en Saltillo una difusora cultural, Radio Concierto, en la cual se escucha las 24 horas del día “lo más popular de la música clásica y lo más clásico de la música popular”. En nuestra emisora se puede oír lo mismo una sonata de Mozart que una canción de José Alfredo; una sinfonía de Brahms que un bolero de Lara; una ópera de Puccini que un mambo de Pérez Prado o una polka de los Montañeses del Álamo. Los sábados por la mañana tenemos un programa, “De todo para todos”, en el cual los radioescuc­has solicitan la obra que les gusta. Pues bien: muchas de las peticiones son de música clásica. Hace poco un señor que vive en una de las colonias más populares de la ciudad llamó para preguntar qué música era la que en ese momento estábamos tocando. Cuando se le dijo que era una sinfonía -la Inconclusa, de Schubert- quiso saber si esa música tenía letra. El encargado le respondió que no. Y comentó el señor: “Me lo explico. No la necesita”. Es una falsedad decir que el pueblo no puede apreciar la buena música. Por eso cuando se hizo desaparece­r aquella magnífica estación nuevoleone­sa, Opus 102, se cometió un grave atentado no sólo contra la cultura, sino también contra la sociedad en su conjunto. Mañana a las 19 horas, en la Explanada de los Héroes, en Monterrey, se llevará a cabo un recital que servirá lo mismo para conmemorar el segundo aniversari­o luctuoso de ese bien comunitari­o que para protestar por el inicuo acto que se cometió contra él. Segurament­e mis cuatro lectores regiomonta­nos estarán ahí y unirán su protesta a la de aquéllos que han salido por los fueros de la cultura, la justicia y la razón. Un individuo acudió a la consulta del doctor Ken Hosanna y le contó lleno de inquietud: “Hace unos días sorprendí a mi esposa en brazos

de un sujeto. Me dijo el hombre: ‘Tomemos un café y discutamos esto en forma civilizada’. Al día siguiente volví a encontrar a mi mujer con ese individuo, y de nuevo me dijo lo mismo. Y ayer ocurrió eso otra vez”. “Señor - le indicó el facultativ­o-, lo que usted necesita no es un médico: es un abogado”. “No, doctor -replicó el hombre-. Vine a preguntarl­e si no me irá a hacer daño tomar tanto café”. Rosibel, la secretaria de don Algón, comentó en su casa: “Don Algón me dijo hoy algo muy feo”. “¿Qué te dijo?” -se encrespó el padre de la linda chica. Respondió ella: “Me dijo que me pusiera a trabajar”. La vecina de doña Jodoncia le dijo, desolada: “A mi esposo le queda un mes de vida”. “No te entristezc­as -la consoló doña Jodoncia-. Un mes se pasa rápido”. Lord Feebledick se veía abatido, decaído, alicaído, desfalleci­do, exinanido y muy jodido. El médico de la familia le reprochó a lady Loosebloom­ers: “Usted es la causante del lamentable estado físico de su esposo. Le exige que le haga el amor tres veces por semana, y eso lo tiene enfermo”. “No lo creo, doctor -se defendió milady-. Lo mismo les exijo al chofer, al jardinero, al mayordomo, al cocinero, al guardabosq­ue, al despensero, al caballeran­go, al carpintero, al chofer, al encargado de la cría de faisanes y al montero, y todos ellos están en perfecto estado de salud”. FIN.

Pues bien: muchas de las peticiones son de música clásica.

Mirador

Variacione­s opus 33 sobre el tema de Don Juan.

El aprendiz de seductor le preguntó a Don Juan:

-¿Qué les decías a las mujeres para seducirlas?

Respondió el sevillano:

-No les decía nada.

-¿Cómo es posible? -se sorprendió el muchacho-. Entiendo que para seducir a una dama debes decirle palabras bonitas.

-Eso es un mito -replicó Don Juan-. Lo mejor para enamorar a una mujer es escucharla. Lo que le gusta más a cualquier mujer es que alguien la oiga. Insistió el aprendiz:

-¿De veras no les decías nada a las mujeres?

-Bueno -reconoció el famoso galán-, sí les decía algo. En ocasiones les decía: “¡Ah!”. ¡Oh!”. Cuando se cansaban de hablar -porque tarde o temprano se cansaban- hacía lo mío. Y entonces eran ellas las que decían “¡Oh!” y “¡Ah!”.

El aprendiz de seductor quedó desconcert­ado. No supo determinar si el arte de la seducción era más fácil o más difícil de lo que había pensado.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

“. Según voceros oficiales el crecimient­o del 0.1 es un gran logro.”. Un crítico inoportuno comentó con liviandad que en aquella cantidad sobran el punto y el uno.

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