Milenio Tamaulipas

El Estado quiere ser empresario

En lugar de que los responsabl­es de la 4T dejaran los sectores de la economía en manos de quienes tienen los recursos, resulta que se inmiscuyen en eso con el dinero de los contribuye­ntes y que dejan de atender, por falta de fondos, los urgentísim­os probl

- Revueltas@mac.com

Siete personas fueron linchadas en dos comunidade­s del estado de Puebla, hace unos días. Estas estremeced­oras atrocidade­s no acontecen en tierras remotas, horrorizad­os lectores, sino en el mismísimo país que habitamos ustedes y yo. Son parte, encima, de una perversa normalidad. Y lo más perturbado­r es que, muchas veces, los individuos victimados por la turba violenta no son siquiera culpables sino meros sospechoso­s que no tuvieron la menor oportunida­d de demostrar su inocencia. Es simplement­e escalofria­nte imaginar la pesadilla que estas personas vivieron en los últimos instantes de su existencia.

Naturalmen­te, ante la infame dejadez de un Estado corrompido, los pobladores de muchas localidade­s responden al impulso primario de hacerse justicia por su cuenta. No sólo están hartos sino indignados. Comparten, con millones de otros ciudadanos de la nación mexicana, el mismo sentimient­o de impotencia por sentirse desamparad­os ante el embate de los delincuent­es y por saberse indefensos debido a la inoperanci­a del aparato de la justicia. Pero, a ese sentimient­o de agravio hay que añadir una condición de marginació­n acrecentad­a, además, por el olvido las autoridade­s. Y, pues sí, en cualquier momento se puede encender la mezcla explosiva.

Ahora bien, en lo que respecta a las posibles respuestas a tan grave problema, el Gobierno de la 4T —al igual que los anteriores que llevaron la cosa pública en estos pagos— parece tener sus prioridade­s un tanto enrevesada­s. Ignora que la primerísim­a misión del Estado es la salvaguard­a de sus ciudadanos y que ésa, y no otra, fue su razón de ser en los orígenes del proceso civilizato­rio. Porque, miren, sin seguridad no hay nada más: ni inversione­s ni progreso ni bienestar ni crecimient­o económico. Lo que hay es incertidum­bre, pobreza y desesperan­za. Esta simple constataci­ón de las cosas debiere llevarlos, a nuestros gobernante­s, a abordar el problema con absoluta premura y de manera totalmente decidida, utilizando para ello todos los recursos a su alcance. Pero ¿qué es lo que pasa? Pues, que quieren resolverlo todo al mismo tiempo, pretenden acometer todas las tareas posibles e imaginable­s sin reconocerl­a suprema rentabilid­ad que tiene la seguridad pública, o sea, sin advertir que de un entorno de certezas jurídicas se derivan muchos procesos positivos y se generan incontable­s círculos virtuosos: cuando hay certidumbr­e la gente prospera; con la certidumbr­e

No comparten la esencial lógica económica del mercado. Vaya que no…

se promueve el progreso social; la certidumbr­e asegura el crecimient­o de la economía comunitari­a.

Pero, bueno, el gran tema de la actual Administra­ción no es la rehabilita­ción radical del sistema de justicia en México sino el petróleo –el rescate financiero de Pemex, es decir, y la construcci­ón de una refinería en Tabasco—, la edificació­n de un aeropuerto de muy dudosa viabilidad aeronáutic­a y el tendido de unas vías ferroviari­asenelsurd­elaRepúbli­ca,aparte delarepart­icióndirec­tadelosdin­erosdel erario a algunos grupos sociales.

Hagámonos, justamente, una primera pregunta respecto a estas decisiones de políticas públicas en el referido entorno de creciente e imparable insegurida­d: ¿en algún momento podríamos esperar que otro país –o que un grupo de inversores o que un consorcio de corporacio­nes— le ofreciera al Gobierno de México miles de millones de dólares para combatir a los criminales? No lo veo nada probable, con perdón. No es dinero a fondo perdido –al contrario, sería la plata mejor gastada— pero esa gente no se dedica a eso, a financiar esquemas de gobernanza, sino a recuperar sus inversione­s en una economía global de libre mercado. Es decir, los recursos para multiplica­r y profesiona­lizar los cuerpos policiacos, para sanear a los Ministerio­s Públicos y para instaurar un sistema de justicia verdaderam­ente funcional y confiable deben provenir obligadame­nte del erario. No hay otro camino. El Gobierno es el que tiene que ocuparse del asunto. Sabiendo esto, procedamos a plantear una segunda pregunta: ¿hubiere inversores interesado­s en participar en la construcci­ón de una refinería, o varias, en explorar las aguas profundas del golfo de México para luego extraer petróleo, en completar gasoductos y comenzar a vender gas natural barato, en crear campos eólicos para generar energía eléctrica limpia, en proseguir con la construcci­ón del aeropuerto de Texcoco y en realizar proyectos rentables de infraestru­ctura? Desde luego que sí, señoras y señores. De hecho, ahí están (o estuvieron, en su momento), perfectame­nte dispuestos a arriesgar sus capitales y a compartir sus ganancias con el Gobierno de este país. Pero, caramba, les han cerrado las puertas. En lugar de que los responsabl­es de la 4T dejaran los sectores de la economía en manos de quienes tienen los recursos, resulta que se inmiscuyen en eso con el dinero de los contribuye­ntes y que dejan de atender, por falta de fondos (y de voluntad política, desde luego), los urgentísim­os problemas de insegurida­d y de disfuncion­alidad jurídica en nuestra República.

No comparten la esencial lógica económica del mercado. Vaya que no… Seguirán los linchamien­tos.

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