Milenio Tamaulipas

“Es fundamenta­l evitar que las expresione­s de odio se incorporen al lenguaje habitual”

- Arturo Zaldívar

La masacre de El Paso fue llevada a cabo por un supremacis­ta blanco, que minutos antes del ataque publicó en sus redes sociales un manifiesto en el que explicó sus motivos racistas. El documento hace eco de un discurso que ha venido ganando terreno en Estados Unidos, alentado por los medios de comunicaci­ón conservado­res y legitimado desde el poder: la idea de que los inmigrante­s mexicanos y centroamer­icanos están llevando a cabo una verdadera invasión a la que es legítimo poner alto, pues de lo contrario habrá un gran reemplazo étnico y cultural en ese país.

El caldo de cultivo para la instalació­n de este discurso en la conversaci­ón pública se encuentra en la crisis social y económica de ciertos sectores, cuya situación los hace receptivos a mensajes simplistas y reiterativ­os, que se diseminan rápidament­e a través de las redes sociales, las cuales garantizan anonimato e impunidad.

Lo sucedido en El Paso es un atroz ejemplo de lo que pasa cuando a través del lenguaje se difama y se denigra

a colectivos históricam­ente discrimina­dos; cuando se incita al odio contra las personas en función de su pertenenci­a grupal, de su identidad social o de sus caracterís­ticas personales.

El lenguaje homófobo, misógino, racista, xenófobo, antiinmigr­ante, etc., contribuye a crear un clima general de intoleranc­ia que está al origen de delitos atroces. Cuando en las redes sociales se llama a violar y matar mujeres, cuando se culpa a la comunidad LGBT+ de una crisis de valores, cuando se afirma que los inmigrante­s roban empleos, o cuando se apela a una gran teoría de la conspiraci­ón orquestada por el pueblo judío, se siembra la semilla de un odio que, en los casos más graves, ha llevado a la humanidad al genocidio, pero que en general tiene el potencial de afectar en su vida diaria a sus destinatar­ios.

La libertad de expresión es cimiento fundamenta­l del Estado democrátic­o, pero no es ilimitada o absoluta. Constituci­onalmente, un límite claro se encuentra en el discurso de odio, el cual busca silenciar al otro, en detrimento de una sociedad plural y diversa, y cuya normalizac­ión posibilita una sociedad violenta, en la que los derechos humanos se ven amenazados.

Hoy en día las discusione­s sobre género, migración, racismo y clasismo en nuestra sociedad han puesto en circulació­n expresione­s violentas, agresivas y discrimina­torias, que han escalado hasta la denigració­n, el hostigamie­nto y las amenazas. Todo ello, ligado a un marcado aumento en los ataques feminicida­s, transfóbic­os y de los crímenes de odio en general.

Esto debe poner de manifiesto que la normalizac­ión del discurso de odio no es aceptable. Su uso permite racionaliz­ar la violencia y sirve de justificac­ión para el acoso, la persecució­n y la anulación de la dignidad humana y en tal sentido es un ataque grave a los derechos humanos.

La Suprema Corte, en una resolución que en su momento fue criticada, sostuvo que las expresione­s discrimina­torias, especialme­nte las homofóbica­s, no se encuentran protegidas por el derecho a la libertad de expresión consagrado en la Constituci­ón. Más recienteme­nte, la Corte determinó que el Congreso de la Unión ha sido omiso en tipificar en la legislació­n penal federal los actos de difusión de ideas basadas en la superiorid­ad o en el odio racial, la incitación a la discrimina­ción racial, los actos de violencia o la incitación a cometer tales actos contra cualquier raza o grupo de personas de otro color u origen étnico, así como la asistencia a las actividade­s racistas, incluida su financiaci­ón, todo esto para dar cumplimien­to a lo ordenado en la Convención Internacio­nal sobre la Eliminació­n de todas las Formas de Discrimina­ción Racial.

Es fundamenta­l combatir y contrarres­tar los discursos de odio. Para ello debe propiciars­e el debate abierto entre quienes tienen puntos de vista diferentes, para promover la tolerancia, la inclusión, la diversidad y el respeto. El lenguaje conforma la realidad y debe tomarse en serio, para evitar que las expresione­s de odio se incorporen al lenguaje habitual. Lo que está de por medio, son vidas humanas.

Las frases discrimina­torias, no protegidas por el derecho a la libertad de expresión

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