¿Me provocas? ¡Te rompo tu madre!
Cada vez que enfrentan la disyuntiva de mantener el orden público, nuestros gobernantes —de derechas o de izquierdas; de hace poco o de ahora mismo; del grado federal, estatal o municipal— pregonan que “no caerán en provocaciones”. Lo sueltan cuando turbas magisteriales saquean oficinas públicas, cuando hordas de manifestantes destrozan mobiliario urbano y pintarrajean la cantera de los monumentos
históricos, cuando catervas de aplicadísimos estudiantes toman a la torera los peajes de las autopistas y cobran ellos la tarifa a los viajeros o cuando otros edificantes enseñantes (tes, tes, que diría Gil Gamés) bloquean las vías de ferrocarril que proveen de insumos a la industria nacional. En fin, pretextan que no van a responder, justamente, a las mentadas “provocaciones” como si la tarea de asegurar una cotidianidad armónica en la sociedad mexicana no fuera una obligación suya y como si la violencia, el vandalismo, la brutalidad y la barbarie de los agitadores fuera algo legítimo y tan aceptable como para quedarse cruzados de brazos y no intervenir.
Pero ¿qué idea de las cosas tiene esta gente que nos gobierna, por Dios? ¿De qué diablos creen que están hablando cuando avisan que “no caerán”, justamente, en “provocaciones” siendo que los actos perpetrados por los ciudadanos desobedientes y los vándalos son precisamente eso, una provocación? Digo, si vas de compras al supermercado con tu mujer y llega un tipo y le acaricia el trasero, ¿te está provocando o no? Ella, tu esposa, en lugar de propinarle un puñetazo y pedir la intervención de los guardias de seguridad, ¿va a mascullar: “mira, no hago nada porque yo no caigo en provocaciones”? Y tú, renunciando mansamente al papel del macho agraviado, ¿la vas a secundar y le vas a susurrar al oído: “sí, mi amor, no caigamos en provocaciones”?
Es un ejemplo, no lo tomen a mal, mujeres de México, pero, a ver —al chile, como se dice coloquialmente— ¿qué preferirían ustedes, al maridito que no “cae en provocaciones” o al cónyuge bien plantado que le parte el hocico al otro?
Y bueno, no sé ustedes, pero yo quiero gobernantes de veras, no empleados blandengues y acobardados. O sea, funcionarios que bramen: “¡si me provocas, te voy a romper tu madre, hijo de…!”. Pues eso.
¿Qué idea de las cosas tiene esta gente que nos gobierna, por Dios?