Tonificar
Las caminadoras han evolucionado. Estas máquinas de banda infinita donde uno marcha o corre sin moverse de lugar han sido tocadas por la ciencia. Usted pulsa un botón y en la pantalla aparece una variedad impresionante de ejercicios, como planes de estudio pero para el cuerpo. La máquina propone con autonomía rondas cardiovasculares de intervalos, uno a uno, uno a tres, o cuatro. No me obliguen a explicarles
los intervalos porque carezco de conocimientos y espacio suficiente, pero sientes que te caes fulminado por un infarto.
Nunca corrí. Siempre me pareció tiránico, un maltrato innecesario para el cuerpo. Lo mío, lo mío, es el agua. Desde hace muchos años nado en aguas cloradas de albercas techadas. La ambición todo lo destruye, un entrenador que me quiere bien pero me aconseja mal me dijo que debería hacer cardio y fuerza en el gimnasio. Así llegué a la banda de la caminadora de última generación.
Les juro que no toqué nada raro: prendí la máquina y la pantalla lanzó el ucase: tonificación de glúteos. Dije para mis adentros: no me vendrían mal, digo, nunca sobran. No sé en qué estaba pensando.
La rutina era de muerte. La pantalla marcaba unas líneas que subían y bajaban, como si viéramos el acuerdo presidencial. Trote en subida 5 puntos, una contraescarpa pronunciada durante largos minutos. Luego descanso en una subida menos mortal, pero tampoco un día de campo. Y así la máquina me obligaba a esfuerzos sobrehumanos. Fabriqué una analogía de dos pesos: la vida es como subirse a una caminadora, nos agotamos y nunca vamos a ninguna parte, la fuerza se nos acaba y seguimos en el mismo lugar.
No renuncié. No sé si he dicho que dentro de mí hay un policía alemán. Vas y haces esto, regresas y haces esto otro, no has terminado, ya te tardaste. Ya sé que nadie termina nunca nada, pero el germano es inexorable. Terminé la rutina exhausto y sin notar cambio alguno en mi anatomía.
Después de la ducha, el policía alemán me exigió rapidez, el día venía muy pesado y las horas vuelan. Cuando salí del Sport City me dolía la rodilla derecha. En la tarde empecé a cojear notoriamente. Así empezó la decadencia de Occidente. El idiota de Spengler dividió el ciclo vital de las culturas: juventud, crecimiento, florecimiento y decadencia. Búrlense.
Nunca corrí. Siempre me pareció un maltrato innecesario al cuerpo