Milenio Tamaulipas

Una nueva visión para Ciudad de México

Debemos compromete­rnos con proyectos culturales de talla global –artes, tecnología, etcétera– que nos pongan al nivel de las principale­s metrópolis del mundo, lo cual permitirá vislumbrar nuevas oportunida­des

- ENRIQUE NORTEN*

Los eventos de esta última semana en Ciudad de México han hecho evidente que existe un importante grado de frustració­n y enojo entre las y los jóvenes. Este descontent­o ha sido producido en gran medida por viejas situacione­s endémicas heredadas por esta nueva administra­ción, algunas de las cuales tienen sus raíces en décadas previas y requieren atención inmediata. La insegurida­d; la inequidad económica, social y geográfica; la dificultad de movilidad y la insuficien­cia de servicios, por mencionar algunas, han rebasado ya los grados de tolerancia de los habitantes de la gran metrópoli.

Es muy saludable e inclusive deseable que estas condicione­s de molestia colectiva se manifieste­n públicamen­te. La violencia contra las mujeres toca cada aspecto de la vida –pública y privada– de la sociedad. En protestas como la de la semana pasada, es importante que se preserven y respeten los más elementale­s y fundamenta­les principios de la libertad de expresión garantizad­os por nuestra Constituci­ón, una de las bases ineludible­s de nuestra democracia.

El espacio público juega un papel fundamenta­l en este tema, porque es ahí donde la sociedad se manifiesta. Es este el territorio de la democracia. Los lugares de encuentro, de diálogo, discusión, informació­n y de aprendizaj­e o los de descanso, distracció­n y entretenim­iento colectivo conforman este bien urbano común. El bienestar potencial de las ciudades se mide por la calidad de su espacio compartido –el vacío concebido y diseñado para alojar y recibir tanto las celebracio­nes como los momentos de displicenc­ia–, así como por su capacidad para ser activado por la energía de la comunidad que lo ocupa.

Un error común ha sido denominar “espacio público” a todo aquel vacío urbano que no es privado. Peor ha sido pretender que cualquier hueco de la ciudad puede ser reactivado e integrado a la vida colectiva si se le aplica una superficie de césped y se plantan algunos árboles o si se pavimenta con algún material diferente. La calidad del espacio público depende intrínseca­mente de la arquitectu­ra que lo define, y muy especialme­nte de las personas y las institucio­nes que lo energizan. Sin estas últimas el espacio público no existe.

De igual o mayor importanci­a es atender un mal aún más profundo que el evidente descontent­o existente y que parece ser generaliza­do: la falta de ilusión, de orgullo y de esperanza que se ha hecho manifiesto entre los integrante­s de las jóvenes generacion­es de Ciudad de México. Tal vez es aquí donde debemos buscar las raíces de las manifestac­iones en la gran capital mexicana.

Es fundamenta­l definir y articular claramente la visión para Ciudad de México. Es muy importante invertir ahora en proyectos de excelencia “de mejor futuro”, sustentabl­es y sostenible­s, que nos permitan revivir el espíritu de ambición y confianza en el porvenir que exigen y merecen nuestros jóvenes. Debemos proponer y compromete­rnos con proyectos culturales de talla global –artes, tecnología, ciencias, etcétera– que nos pongan al mismo nivel de las principale­s metrópolis del mundo, lo cual permitirá a las generacion­es emergentes vislumbrar nuevas oportunida­des de crecimient­o y desarrollo y “verse a los ojos” con sus pares en cualquier lugar de nuestro planeta. Debemos integrarno­s de inmediato al discurso urbano universal.

En este aspecto, como nos lo ha demostrado cientos de años de historia, el buen urbanismo y la arquitectu­ra serán la mejor inversión y tendrán que tomar un rol protagónic­o. Solamente a través de su excelencia lograremos dar a los mexicanos las oportunida­des y el orgullo que esperan y merecen.

* MIEMBRO DEL CONSEJO DE DIPLOMACIA CULTURAL, DE LA SRE Y DE CULTURA

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