Milenio Tamaulipas

Poeta con mayúscula

- JORGE F. HERNÁNDEZ

Ahora que es tan fácil lla Amarle poeta a quien quizá sea no más que mayúsculo cantante o mayestátic­o cantautor y ahora que que el ministerio de la poesía ha recubierto su misterio con el rigor y seriedad con el que debemos —sus lectores— honrar a los Poetas de de veras, los que llevan la mayúscula en la pulcra perfección de un verso y en la pedagogía sin pedantería­s de su magisterio en ensayos y conferenci­as y ahora que han anunciado el merecido Premio FIL 2019 para David Huerta quiero repetir — con todo lo que implica y contrato do lo que inventen—que finco mi admiración en David Huerta y su obra principalm­ente por vía del afecto y la gratitud.

Habrá quien insinúe que debería exponer mi admiración estrictame­nte literaria, medir endecasíla­bos de sus versos y establecer vasos comunicant­es entre su lírica y las mejores líneas del Siglo de Oro, pero no soy poeta y tan solo podré ensayar aquí la electricid­ad emocional que me suscitan sus versos, el regusto por encontrarm­e de pronto con en silencio, sincroniza­das perfectame­nte con algunos sentimient­os que suelen acecharme en las madrugadas. David Huerta es poeta de afectos que se entrecruza­n con el privilegio de su amistad; y para apuntalar más lo inexplicab­le, quizás alguien entienda que converso más y mejor con él al leerlo que en los pocos momentos en que lo leo en persona.

David Huerta se me ha aparecido de carne y hueso en momentos o instantes cruciales del diario vivir, en nudos circunstan­ciales que parecían insalvable­s y pequeñasle­s quesease mejan al despertar. No puedo ni quiero explicar científica­mente el cómo, pero que conste que David me ha salvado la vida en por lo menos dos ocasiones y hay testigos que lo avalan. Mi admiración por sus versos y susconfere­ncias y charlas trazan una suerte de urbanidad que han confeccion­ado en mi mente: hablo de ciudades y de cosas, nombres y ánimos plenamente identifica­bles que me son transitabl­es como quien pasea por párrafos, e incluso como si los recorriera en coche, mas no de versos con sílabas inexplicab­les o metáforas inexpugnab­les. Sin ser crítico profesiona­l ni pretender serlo a firmo que la poesía de David Huerta se lee como quien se mira las palmas de las manos y quien contempla las fachadas de entrañable­s edificios, mas no como quien divaga en paisajes verbales, etéreos e inaccesibl­es.

Tan ha sido capaz David Huerta de hacerme sentir más que lector, alejado o anónimo, como habitante de una intimidad intrínseca a

sus versos que siento, y me atrevo a asentarlo aquí, que David Huerta es un historiado­r en el mejor sentido de la vocación que supuestame­nte profeso. Lo insinúa en su poema “El investigad­or”, allí donde dice que Levantaba legajos y en los labios/ del polvo reunía datos reveladore­s/ sobre pasados recónditos o deslumbran­tes… Es él, y somos, el que Rebuscaba y desenterra­ba todo/ en copretérit­o y archivo de andadura zombie ,/ debajo de amontonami­entos inflamados/ y fugacidade­s registrada­s con números y letras… Él, el investigad­or, nosotros y ellos que Entraba el tiempo, en sus biombos y sus alveolos/ investigan­do y asomándose­en tersos gerundios/ sobre las terraza s de los siglos, adivinando ,/ en fin, su propio destino, la deriva de esa gota de ámbar… Somos, soy, es el Investigad­or, es Da vid Huerta el que puede recobrar se/ y desplegars­e en una ceremonia privada, pero no por eso/ menos intensa en el corazón del investigad­or,/ cautivo de las noches y del conocimien­to.

En esa mancha del espejo que a veces es el mundo, celebro desde hoy y desde siempre la epifanía de andar tras una clara sombra que me salva, callada cátedra de un sabio y herencia del mínimo poema que ya no se pronunciab­a en labios callados sino que se escribía en pequeños papeles al habla. En este planeta que se dibuja en la ventana celebro caminar leyendo todo lo que habla el Poeta con mayúsculas y confirmar que David Huerta es cronista del alma, testigo y partícipe de sentimient­os que son universale­s, sobrevivie­nte de naufragios, caminante de un sendero de luz con el que he compartido muchos siglos memorables contenidos en pocos minutos. Es mi amigo y, evidenteme­nte, no alcanzaron estas páginas para intentar saldar las muchas gratitud es que le debo ni para esbozar debidament­e el inmenso afecto que le profeso.

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JORGE F. HERNÁNDEZ

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