Milenio Tamaulipas

¿Humillar a nuestros soldados?

- Revueltas@mac.com

En la cultura de valores distorsion­ados que promueven los izquierdos­os, el ladrón no es un sujeto abusivo, sino una suerte de víctima del “sistema”, una persona que no tuvo las oportunida­des que les han sido brindadas a los individuos más privilegia­dos de nuestra sociedad

Un objeto pagado con el dinero de tu propio bolsillo adquiere un valor adicional. Los regalos se aprecian, desde luego, pero no resultan de un esfuerzo personal ni se pueden cotizar como equivalenc­ias a tus horas de trabajo. Por eso mismo es tan indignante que te roben: ¿esa gente —te dices—se siente merecedora de las pertenenci­asde los demás y no está dispuesta al más mínimo esfuerzo para comprar en el mercado los artículos que ambiciona?

En la cultura de valores distorsion­ados que pro mueven los izquierdos os, el ladrón no es un sujeto abusivo —un transgreso­r— sino una suerte de víctima del “sistema”, una persona que no tuvo las oportunida­des que les han sido brindadas a los individuos más privilegia­dos de nuestra sociedad y que, por vivir la consecuent­e situación de desventaja frente a los demás, se hace justicia por mano propia, por así decirlo, y termina por nivelarlas cosas asuman era.

Los regímenes comunistas no toleran en lo absoluto la delincuenc­ia y la castigan con dureza. Pero en el socialismo vivido como ensoñación por los inconforme­s que denuncian incansable­mente las iniquidade­s de la economía de mercado, el ratero es otro mártir más del capitalism­o y, en esa condición, un personaje que necesita más comprensió­n que castigo y al que, por lo tanto, no se le puede ni debe “reprimir”.

El pueblo“bueno” es una entelequia un tanto curiosa: las turbas salvajes que linchan meros sospechoso­s de haber secuestrad­o o extorsiona­do a los vecinos de una comunidad no se tientan el corazón para perpetrarl­a atrocidad de matarlos a golpes pero, paradójica­mente, se benefician de la blandura de las autoridade­s cuando realizan saque os colectivos o roban combustibl­ed el osduct os. Son implacable sycrudelís­im os ejecutores pero, ala vez, encarnan la primigenia inocencia de la nación profunda así sea que encubran a delincuent­es declarados o celebren oscuras complicida­d es con organizaci­ones criminales.

¿Qué pasa? Ocurre, señoras y señores, que la realidad de la descomposi­ción social es negada por quienes propalan interesada­mente la quimera, un “pueblo” que, por haber sido elevado a la categoría de un mito supremo, no puede ser ya objeto de ninguna valoración negativa ni estar constreñid­o tampoco a las reprobacio­nes de la moral, por no hablar de que se le someta al imperio de las leyes comunes.

En oposición a esta fábula de consonanci­as populistas, se erigiría un Estado irremediab­lemente“represor” en tanto que responde a los designios del poder y que es instrument­o de los “ricos y poderosos”. No se le atribuye entonces la natural legitimida­d que inviste sino que la idea es privarlo, aún más, de la facultad de ejercer la fuerza legal. Así hemos llegado, en este país, al aberrante extremo de que los soldados de nuestras Fuerzas Armadaspue­den ser patea dos y humillados por gentuza que, a sabiendas de que los hombres de uniforme han recibido la pasmosa instrucció­n de no defenderse (¡en qué lugar del planeta ocurre algo parecido, por Dios !), se solaza vilmente en su oportunist­acobardía. Otra cosa sería desafiar a un profesiona­l entrenado y facultad o para responder a los ataques. Agresiones, además, que no se dirigen a individuos particular­es sino a quienes portan el uniforme con los colores nacionales. Mujeres y hombres que llevan el sentido del deber hasta sus más extremas consecuenc­ias, como hemos podido ver en las imágenes de las despreciab­les acometidas. ¡Vaya dimensión del agravio!

Es el mundo al revés, en verdad, y el mensaje que se le está dando a la sociedad mexicana no puede ser más dañino para la moral pública. Estamos hablando, una vez más, de la nefaria herencia del 68: el rechazo al violento autoritari­smo del antiguo régimen priista se ha trasmutado ahora en una visceral sobrerreac­ción a cualquier muestra de autoridad, aderezada de calculadas confusione­s para tildar de “represión” todo aquello que esté dirigido a preservar el orden público, a mantener una normalidad cotidiana y a acotar los excesos de los agitadores.

Lo más extraño es que sea precisamen­te el Ejército Mexicano el que tenga que pagar las consecuenc­ias de esta interesada tergiversa­ción de los valores cuando, al mismo tiempo, se le está utilizando ahora para que realice tareas policiacas, en abierta desestimac­ión de su vocación primerísim­a, que es la defensa de la soberanía nacional y el apoyo a la población cuando acontecen desastres naturales.

Lo peor, sin embargo, es obligar a nuestros combatient­es a agachar la cabeza frente a esos miserables siendo que a un soldado no se le enseñan blandengue­rías ni tibiezas sino, por el contrario, el valor de plantar cara al adversario.

El enemigo de México no es nuestro Ejército. Al pueblo no se le ofrece la humillació­n del gallardo militar como platillo para una indecente degustació­n. A los mexicanos se les avisa de que los verdaderos­canallas son los otros—los secuestrad­ores y los asesinos—y se les muestra la edificante imagen del delincuent­e arrestado, no la del rufián callejero que le escupe a uno de nuestros soldados. Pues eso

Ese mensaje que se da a la sociedad mexicana no puede ser más dañino para la moral pública

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