¿Humillar a nuestros soldados?
En la cultura de valores distorsionados que promueven los izquierdosos, el ladrón no es un sujeto abusivo, sino una suerte de víctima del “sistema”, una persona que no tuvo las oportunidades que les han sido brindadas a los individuos más privilegiados de nuestra sociedad
Un objeto pagado con el dinero de tu propio bolsillo adquiere un valor adicional. Los regalos se aprecian, desde luego, pero no resultan de un esfuerzo personal ni se pueden cotizar como equivalencias a tus horas de trabajo. Por eso mismo es tan indignante que te roben: ¿esa gente —te dices—se siente merecedora de las pertenenciasde los demás y no está dispuesta al más mínimo esfuerzo para comprar en el mercado los artículos que ambiciona?
En la cultura de valores distorsionados que pro mueven los izquierdos os, el ladrón no es un sujeto abusivo —un transgresor— sino una suerte de víctima del “sistema”, una persona que no tuvo las oportunidades que les han sido brindadas a los individuos más privilegiados de nuestra sociedad y que, por vivir la consecuente situación de desventaja frente a los demás, se hace justicia por mano propia, por así decirlo, y termina por nivelarlas cosas asuman era.
Los regímenes comunistas no toleran en lo absoluto la delincuencia y la castigan con dureza. Pero en el socialismo vivido como ensoñación por los inconformes que denuncian incansablemente las iniquidades de la economía de mercado, el ratero es otro mártir más del capitalismo y, en esa condición, un personaje que necesita más comprensión que castigo y al que, por lo tanto, no se le puede ni debe “reprimir”.
El pueblo“bueno” es una entelequia un tanto curiosa: las turbas salvajes que linchan meros sospechosos de haber secuestrado o extorsionado a los vecinos de una comunidad no se tientan el corazón para perpetrarla atrocidad de matarlos a golpes pero, paradójicamente, se benefician de la blandura de las autoridades cuando realizan saque os colectivos o roban combustibled el osduct os. Son implacable sycrudelísim os ejecutores pero, ala vez, encarnan la primigenia inocencia de la nación profunda así sea que encubran a delincuentes declarados o celebren oscuras complicidad es con organizaciones criminales.
¿Qué pasa? Ocurre, señoras y señores, que la realidad de la descomposición social es negada por quienes propalan interesadamente la quimera, un “pueblo” que, por haber sido elevado a la categoría de un mito supremo, no puede ser ya objeto de ninguna valoración negativa ni estar constreñido tampoco a las reprobaciones de la moral, por no hablar de que se le someta al imperio de las leyes comunes.
En oposición a esta fábula de consonancias populistas, se erigiría un Estado irremediablemente“represor” en tanto que responde a los designios del poder y que es instrumento de los “ricos y poderosos”. No se le atribuye entonces la natural legitimidad que inviste sino que la idea es privarlo, aún más, de la facultad de ejercer la fuerza legal. Así hemos llegado, en este país, al aberrante extremo de que los soldados de nuestras Fuerzas Armadaspueden ser patea dos y humillados por gentuza que, a sabiendas de que los hombres de uniforme han recibido la pasmosa instrucción de no defenderse (¡en qué lugar del planeta ocurre algo parecido, por Dios !), se solaza vilmente en su oportunistacobardía. Otra cosa sería desafiar a un profesional entrenado y facultad o para responder a los ataques. Agresiones, además, que no se dirigen a individuos particulares sino a quienes portan el uniforme con los colores nacionales. Mujeres y hombres que llevan el sentido del deber hasta sus más extremas consecuencias, como hemos podido ver en las imágenes de las despreciables acometidas. ¡Vaya dimensión del agravio!
Es el mundo al revés, en verdad, y el mensaje que se le está dando a la sociedad mexicana no puede ser más dañino para la moral pública. Estamos hablando, una vez más, de la nefaria herencia del 68: el rechazo al violento autoritarismo del antiguo régimen priista se ha trasmutado ahora en una visceral sobrerreacción a cualquier muestra de autoridad, aderezada de calculadas confusiones para tildar de “represión” todo aquello que esté dirigido a preservar el orden público, a mantener una normalidad cotidiana y a acotar los excesos de los agitadores.
Lo más extraño es que sea precisamente el Ejército Mexicano el que tenga que pagar las consecuencias de esta interesada tergiversación de los valores cuando, al mismo tiempo, se le está utilizando ahora para que realice tareas policiacas, en abierta desestimación de su vocación primerísima, que es la defensa de la soberanía nacional y el apoyo a la población cuando acontecen desastres naturales.
Lo peor, sin embargo, es obligar a nuestros combatientes a agachar la cabeza frente a esos miserables siendo que a un soldado no se le enseñan blandenguerías ni tibiezas sino, por el contrario, el valor de plantar cara al adversario.
El enemigo de México no es nuestro Ejército. Al pueblo no se le ofrece la humillación del gallardo militar como platillo para una indecente degustación. A los mexicanos se les avisa de que los verdaderoscanallas son los otros—los secuestradores y los asesinos—y se les muestra la edificante imagen del delincuente arrestado, no la del rufián callejero que le escupe a uno de nuestros soldados. Pues eso
Ese mensaje que se da a la sociedad mexicana no puede ser más dañino para la moral pública