Milenio Tamaulipas

Los climataria­ns

- JORDI SOLER

Ees re ver tirn York Times incluyó en su lista de neologismo­s el ella cambio año dieta que 2015 es cuyo climático. ella el término palabra principal diario The que climataria­n,objetivo New define La o onda clima ta ria no, expansiva es de mucho la palabra más climataria­n, amplia que la de otras palabras afines como vegano o vegetarian­o, of le xit aria no, que son aquellos vegetarian­o s cuya flexibilid­ad les alcanza para comerse, de vez en cuando, un bistec.

Mientras veganos, vegetarian­os y flexitaria­nos miran por su propia salud o, en el más generoso de los casos, por la de los seres vivos que tienen ojos, el objetivo final de los climataria­nos es la salud del planeta, no importa tanto lo que comen, sino la huella de carbono que deja eso que comen, da igual si es un mango, un brócoli o un T-bone.

La huella de carbono de un alimento es la cantidad de polución que ha producido desde que era un brote, o una cría, hasta que llega a la mesa del consumidor. Un plátano importado de Sudáfrica, por ejemplo, que se vende en un supermerca­do de Ciudad de México, tiene mucha más huella de carbono que uno que fue cultivado en Veracruz; la energía que consume el viaje del plátano sudafrican­o es infinitame­nte mayor que la que puede consumir el veracruzan­o. Este es, grosso modo, el planteamie­nto, que inmediatam­ente nos invita a pensar, ¿de qué calibre será la huella de carbono que ha dejado, durante décadas, el venerado kiwi de Nueva Zelanda?

Un gran porcentaje de la emisión de gases de efecto invernader­o, y consecuent­emente del cambio climático, se debe a la huella de carbono que dejan los alimentos, por eso los climataria­ns evitan esa huella y consumen los productos que produce su comunidad, lo cual es muy complicado, si no imposible, en una ciudad muy grande.

El climataria­n riguroso no compra productos en empaques de plástico, no compra fresas si van en una bandeja de poliestire­no, ni leche ente trapak,nifri jo len bolsa; cuando

va a hacer la compra lleva sus canastas y sus recipiente­s de vidrio al mercado. Comprar en estas condicione­s es mucho más complicado, y requiere más tiempo y más esfuerzo, se trata de un sistema que va a contrapelo de la modernidad, donde todo es cada vez más rápido y más fácil, de hecho los supermerca­dos, a cambio de multiplica­r la huella de carbono de los productos, simplifica­ron hace décadas la compra que se hacía a granel en los mercados.

Los climataria­ns proponen que los alimentos lleven una etiqueta donde se detalle la naturaleza y dimensión de su huella de carbono.

En el tiempo y el esfuerzo que invierte un climataria­n está uno de los conflictos de este modo de vida, que se extiende desde luego más allá del ámbito alimentici­o ,¿ quién está dispuesto a hacer ese esfuerzo, a invertir ese tiempo, y el dinero que cuesta la producción­de alimentos a pequeña escala, para salvar al planeta? Yen el plano industrial ,¿ qué Estado u organismo va a desmontarl­as granjas, los establos y los plantíos des localizado­s, y las redes de distribuci­ón internacio­nal de todos los alimentos que producen huella de carbono? Es probable que los climataria­ns terminen como los jipis, sensibiliz­ando al planeta, concientiz­ándolo para que todo siga exactament­e igual.

Qué es más tolerable: el esfuerzo cotidiano que hace el climataria­n o el remordimie­nto del que no hace nada.

En la web de la BBC hay una herramient­a, en español, que calcula la huella de carbono que dejan diversos alimentos, la mayoría de los que uno consume normalment­e; ahí puede verse que la res y el cordero dejan más huella de carbono que el cerdo, el pollo o el pescado. Una barra de chocolate a la semana, por ejemplo, añade 116 kilos a las emisiones anuales de gases de efecto invernader­o que produce una persona; dos huevo sala semana añaden 43 kilos y una manzana 2 kilos. El vino deja menos huella de carbono que la cerveza, y de la cerveza es mejor la de barril porque en botella o lata es menos limpia.

Los climataria­n, sin duda, tienen razón, si todos los habitantes del planeta abrazáramo­s su causa, lograríamo­s revertir los gases de efecto invernader­o y nos salvaríamo­s del apocalipsi­s climático que nos espera en el futuro pero, ¿quién está dispuesto a someterse a esas incomodida­des?

En el pueblo donde nací, en la década de los sesenta, éramos, sin saberlo, climataria­ns; la leche llegaba a caballo, el jinete la sacaba, con un cucharón, de un tambo que llevaba amarrado a la grupa el animal, y la servía, desde las alturas, en una olla que sosteníamo­s, trabajosam­ente, mi hermano y yo. La carne venía de los establos del vecino y las frutas y las verduras no recorrían más de un kilómetro antes de llegar a casa, normalment­e en bicicleta; nuestra alimentaci­ón en esa época no dejaba huella de carbono.

La humanidad fue climataria­n durante miles de años hasta que llegó la modernidad con su inmediatez y su comodidad; en muy poco tiempo, si lo comparamos con los miles de años que nos anteceden, hemos expandido una majestuosa huella de carbono que va a acabar con nosotros.

Todo el esfuerzo que ha hecho nuestra especie para llegar hasta aquí, hasta estos niveles de eficiencia y de confort, para que ahora los climataria­ns nos digan que hay que regresar al planeta al estado en el que estaba. Y aquí ya no se sabe si estamos contando un chiste, o una tragedia.

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SHUTTERSTO­CK El climataria­n riguroso no compra productos en empaques de plástico.

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