¿Ya escribimos la Historia?
Vivimos, además, una época de inmediatez en la cual lo ocurrido apenas ayer se descarta alegre y despreocupadamente para dar paso a lo más próximo. Hay conmemoraciones, desde luego, y la efeméride del 11-S estará ahí durante decenios enteros...
La historia no se escribe anticipadamente. O sea, que las derivaciones de la 4T, cualesquiera que vayan a ser, no se pueden todavía contrastar en términos históricos. Eso sí, en algún momento todo habrá de ocupar el lugar que le corresponde. Entonces, y no antes, será que hablaremos de la impronta que dejarán estos acontecimientos y de la posible trascendencia de lo que sucede ahora.
Los humanos tenemos una visión muy desproporcionada de nuestra importancia. Es entendible, porque el presente es lo único que poseemos y termina siendo una suerte de referencia universal para nosotros. El tiempo pasa, sin embargo, y todo se empequeñece. ¿Alguien puede enumerar, uno por uno, a los laureados de los premios Nobel de literatura? Es más, ¿cuánta gente lee, hoy día, a John Galsworthy (premio 1932, Reino Unido), a Pär Lagerkvist (1951, Suecia), a Patrick White (1973, Australia) o, más recientemente, a Claude Simon (1985, Francia)?
Vivimos, además, una época de inmediatez en la cual lo ocurrido apenas ayer se descarta alegre y despreocupadamente para dar paso a lo más próximo. Hay conmemoraciones, desde luego, y la efeméride del 11-S estará ahí durante decenios enteros. Pero tengo en la memoria la polémica que desató un presidente francés (creo que fue Valéry Giscard d’Estaing) al decidir no celebrar ya más el armisticio de la llamada Gran Guerra. Justamente, esa contienda dejó de ser la referencia suprema porque aconteció todavía otra
campaña mucho más mortífera y destructiva, la Segunda Guerra Mundial. Y hay todavía más factores para el olvido o, por lo menos, para el mero desconocimiento de los hechos: en ese reinado de “hechos alternativos” y “posverdad” que estamos viviendo, proliferan quienes niegan hasta el Holocausto, por no hablar de supuestos más nimios como que la misión a la Luna del Apollo 11 fue un montaje.
Más allá de la magnitud que puedan alcanzar verdaderamente las propias acciones, el individuo afortunado vive sus triunfos en todo su esplendor y disfruta directamente de las bondades que resultan de sus logros. Eso es innegable. El poderoso, después de todo, tiene en sus manos el destino de millones de personas y sus decisiones llegan, en efecto, a marcar los rumbos de una nación entera. La mayoría de los ciudadanos que habitan México no saben casi nada de las presidencias de Luis Echeverría y José López Portillo pero, así de poco enterados como están, viven de todas maneras una cotidianidad que resulta, a estas alturas todavía, de los yerros cometidos en esos dos nefastos sexenios. Cuando los historiadores hablan –ahí sí— de la “década perdida” de América Latina, se están refiriendo a las miles de oportunidades que dejó pasar un subcontinente entero y del espacio que se comenzó a abrir entre los países que eligieron el camino del desarrollo y los otros, los nuestros, que se quedaron atrás, perpetuando la herencia de siempre de pobreza y ancestrales rezagos.
Aquí, por lo pronto, contamos ya con cifras y datos para hacer una primera evaluación de las cosas. Es apenas el arranque de un nuevo Gobierno y la curva de aprendizaje –en un sistema como el nuestro donde no se ha consolidado un verdadero servicio civil de carrera y en el cual las políticas públicas las determinan gobernantes dedicados a reinventar el mundo para borrar cualquier huella de sus antecesores (estamos hablando, miren ustedes, de la muy perniciosa manía que tienen nuestros administradores de “pasar a la historia”, mucho más preocupados por el asunto de su “legado” que por el tema de llevar sencillamente la cosa pública y sanseacabó)—, la curva de aprendizaje, repito, tiene siempre un costo.
Podemos hablar, sin embargo, de que los enfoques y orientaciones de la actual Administración están incrementando también los factores negativos en el ámbito económico y en áreas tan sensibles como la seguridad pública y la salud. El régimen de Morena busca instaurar un esquema global de transferencias de recursos a ciertos sectores de la sociedad y, en esa empresa, está desatendiendo la creación de bienes públicos perdurables y la inversión en las esferas productivas de nuestra sociedad. El crecimiento económico se ha contraído porque las señales que se envían a los inversores no dan confianza. Pero no sólo eso: el propio manejo financiero del Gobierno ha tenido un efecto recesivo en la actividad económica. Estamos hablando de los subejercicios en el gasto público, por una parte, y de una “austeridad” deliberadamente programada, por el otro lado, siendo que no atravesamos una etapa adversa en los ciclos económicos sino que nuestro principal socio comercial ha seguido creciendo muy saludablemente hasta ahora.
Esto es lo que hay y esto es lo que tenemos. La retórica es otro asunto y, ciertamente, el apoyo de la población al presidente marca un momento posiblemente histórico en tanto que es un fenómeno que se deriva de un cambio radical de régimen y de un declarado repudio al orden anterior. Pero el futuro estará ahí, al final del camino, inexorablemente. No lo olvidemos.
La mayoría no sabe casi nada de las presidencias de Luis Echeverría y José López Portillo