La última lección del Barça
Con dos goles, una asistencia y ciento dieciséis minutos en Primera División, el Barça debutó en Champions League al pequeño Ansu Fati, un atacante de 16 años de edad. Su alineación en el Signal Iduna Park de Dortmund, uno de los campos más duros de Europa, parece forzada si la vemos desde el plano deportivo; pero si analizamos la decisión con un matiz ideológico, su debut en el torneo más acreditado del futbol es un enorme acierto; el Barça, una de las canteras más productivas del mundo, necesita recuperar la denominación de origen antes de que lo supere el mercado. A pesar de contar con uno de los presupuestos más elevados, su futuro no depende de comprar jugadores, sino de producirlos. Porque en ese proceso de producción se troquela el sello de identidad: un distintivo que no puede comprarse en ningún sitio. El problema es que la fase medular del desarrollo se había enquistado en el nervio de la competencia, perdiendo signos vitales. Educar jugadores para cederlos a otros equipos porque no caben en el propio, resulta contradictorio en una organización que crió a los mejores hombres de su historia en casa. No se trata de debutar jovencitos como requisito, sino de asimilar el debut y sus consecuencias como parte fundamental de la carrera de un futbolista y la historia de un equipo. Modelos de trabajo como el del Barça tienen una ventaja añadida, hay un sistema y un estilo de juego que relaciona al más pequeño de sus equipos con el mayor: en cada generación hay un eslabón que mantiene la filosofía encadenada, no importa si nació en Guinea, Catalunya o Serbia; el éxito de su estilo concedió a la cantera el don de la universalidad. A Fati no podían exigirle el protagonismo del juego, ni pedirle razón sobre el resultado: alineó para acuñar la estadística y repartir el prestigio entre un puñado de adolescentes que lo miraban desde La Masia como un objetivo. Para mayor simbolismo, el debutante fue sustituido por Messi al minuto 58. La histórica joya de la cantera reemplazó al diamante en bruto, el cambio funcionó como parte del aprendizaje. Cumplidas las únicas responsabilidades del chamaco, jugar y aprender, Fati se marchó del estadio con una tarea descomunal: crecer.
Alineó para acuñar la estadística y repartir el prestigio entre unos adolescentes de La Masia