Milenio Tamaulipas

Xavier Velasco

Historia íntima de un muchacho de cuatro patas

- XAVIER VELASCO

Voy a contar una historia pequeña, de ésas que casi nunca llegan al periódico, y cuando esto sucede no falta quien comente lo poco que le importa. Añado de una vez, para no entretener a los desentendi­dos, que además de pequeña es una historia íntima y su protagonis­ta se mueve en cuatro patas. No estaría de más, en todo caso, dejar claro desde ahora que he de contarlo todo de puro corazón, puesto que el raciocinio entró en crisis desde el primer instante.

Corría una de esas mañanas industrios­as del principio de enero, cuando uno acopia bríos para empezar el año a toda marcha, pese a la somnolenci­a general. Como todos los días, me llegaba el bullicio de mis cinco perrotes corriendo del jardín a la terraza, donde suelen ladrarse a garganta partida con el perrote de nuestros vecinos, aunque nunca tan fuerte como aquella mañana de súbito estruendos­a. “¡Esténse quietos ya!”, grité, por gritar algo, y regresé sin más a un ensimismam­iento que hasta entonces juzgaba imposterga­ble. Nos sucede a los constructo­res de ficciones: narrar la vida a veces implica suprimirla.

Ludovico cayó de la terraza, siete metros hasta la azotehuela, se levantó del suelo como pudo, reptó por la escalera hasta el garage y esperó un par de adoloridas horas a que me hiciera cargo de su desgracia. Nada más encontrarl­o, enarcado y jadeante, deduje en un momento lo ocurrido y entré en esa espiral de paranoia que da a la realidad la textura inasible de las pesadillas.

“¿Cómo es que sigues vivo?”, le preguntaba, medio enloquecid­o, al tiempo que lo oía respirar con la dificultad de un moribundo, mientras todos los otros temas de este mundo se esfumaban de golpe en mi cabeza y lo abrazaba enfrente de los otros cuatro, que nos miraban ya con la extrañeza de quien para su mal lo ha comprendid­o todo. Los conozco, nada se les escapa. Me conocen, soy lento de entendeder­as. “¿Cómo es que nunca puse un alambrado, si ya había visto el riesgo que corrían?”, me atormenté más tarde, ya al volante y con el herido a bordo, camino al hospital veterinari­o. Había que ser imbécil, cómo no.

“De milagro está vivo”, coincidier­on muy pronto los doctores —Amparo, Riad, Ricardo, entre otros abnegados admirables— tras comprobar la ausencia de fracturas y ver por rayos equis las huellas de una fuerte contusión pulmonar. Neumotórax, le llaman al trastorno que perfora la pleura, llena de aire la cavidad torácica y eventualme­nte causa una taquicardi­a como la que al momento de la cirugía tenía a Ludovico al borde de la muerte. Mi mujer, para colmo, andaba de viaje y hubo de padecerlo todo por teléfono. Igual que yo, ella sabe que vivir con cinco canes no divide entre cinco los afectos, si la verdad es que los multiplica. Somos un poco perros a su lado, y a ratos ellos son más gente que nosotros.

Ludovico cayó con sus 42 kilos de peso justo el día que cumplía tres años. Cabe creer que fue su juventud lo que le permitió resistir dos cirugías en días consecutiv­os, con tres litros de aire metidos en el pecho y el corazón bombeando a todo tren. Mañana y noche lo encontraba en su jaula, totalmente entubado y sin embargo listo para darme otro de sus manotazos y dejarse querer en lo posible. “Aquí estoy, no me he ido”, era el mensaje. Sobra decir que al volver a la casa saltaban sobre mí cuatro destinatar­ios, resueltos a olisquear noticia tras noticia.

Hace ya cuatro días que Ludovico regresó a su hogar. Desde entonces Adriana, mi mujer, ha recobrado el aire y el color, y opina que algo así me está ocurriendo. Cada día, el muchacho nos sorprende con nuevas energías y potentes ladridos, amén de una alegría de vivir que encuentro francament­e pegajosa. Hoy, hace nueve días, Ludovico cayó de las alturas. De entonces para acá, creo saber un poquito mejor cuáles asuntos son los importante­s. Quién pudiera ser perro, para enterarse a tiempo y ya nunca olvidarlo.

El muchacho nos sorprende con nuevas energías y potentes ladridos luego de resistir dos cirugías en días consecutiv­os

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XAVIER VELASCO Ludovico cayó desde 7 metros el día que cumplía 3 años.
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