Milenio Tamaulipas

Como en un poema chino

- LUIS MIGUEL AGUILAR

En el año 2016 los gobernante­s de la ciudad decidieron restaurar las banquetas de mi barrio. Como parte de la restauraci­ón hubo un trabajo unificador de las jardineras junto a las casas y edificios. Nos avisaron que removerían lo que ya estaba para traer lo nuevo: algo armónico, hermoso; sería una fiesta de orden vegetal y moderno ornato urbano. Quitaron entonces la jardinera de arrayanes que mi esposa había sembrado y cuidado durante veinticinc­o años. Los coronaba un tulipán que mi suegra antes de morir en el año 2004 le regaló a mi esposa; se dio muy bien en la jardinera. Luego de las obras los empleados se fueron y no se volvió a saber de ellos. Solo semanas después nos dimos cuenta de lo que habían hecho y puesto. Mi corazón se turbó de rabia y tristeza, y escribí este poema, precedido cual debe por las palabras “Yo, rústico viejo de la colonia Hipódromo Condesa, frente al Parque México, digo lo que sigue”.

Nos han mutilado cinco lustros de nuestras vidas / Alegradas hasta hace meses por los arrayanes y el tulipán, / Para ponernos unos deplorable­s hierbajos, hilachas ya amarillas hasta la ictericia, desde un inicio ralas sobre la tierra calva. / Alguien nos ha dicho los nombres de las plantas fallidas y es como si lo hubieran hecho adrede para reírse de nosotros: agapandos, cebollines, semilirios. / Veo el resultado y mis ojos sueltan lágrimas. / Alzo la vista al oriente por no ver los hierbajos, / Y no sé si la tristeza me da aún para maldecir a los gobernante­s y a sus operadores./ Ni las inundacion­es ni las granizadas ni los terremotos pudieron acabar con los arrayanes y el tulipán, / Ni la nefasta gente que al paso incrustaba en la hermética pero expuesta resistenci­a del arrayán vasos de café, latas y botes de refresco, bolsas de fritos y bolsas de plástico con basura; pañales desechable­s. / Qué decir del arrayán: sus ramas, duras; / pero en su corteza y sus hojas, al viento, silbaba la seda. / Quien sabe de esto sabe / Que en él habita un alma de aceituna/ Y cuando la luna / Lo nevaba no hacía más que soltar / Su soltura de verdinegra luz soluble. / No por nada / El arrayán era vida / A Venus consagrada / Y por Venus venerada. / Y no por nada / El tulipán / Era flor predilecta de Jayyám, / Con la nube que al nacer el año le lavaba la cara, / Y con el modo de elevar su cáliz en la primavera. / Aunque breve, el brillante corazón del tulipán / Lo petalizaba todo de naranja. / Clavo la vista en el suelo / Cuando la jacaranda me pregunta a dónde fueron.

Y no sé si la tristeza me da aún para maldecir a los gobernante­s y a sus operadores

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