La miseria que vio Humboldt
Por el libro ¿Pueden las aves romper su jaula? (Siglo XXI Editores, 2016), de Jaime Labastida, conocí algún detalle sobre el efecto que la Ciudad de México tuvo en Alexander von Humboldt, quien llegó a la Nueva España, por Acapulco, el 22 de marzo de 1803, después de un periplo por Venezuela, Cuba, Colombia, Ecuador y Perú.
“No puede darse espectáculo más rico y variado que el que presenta el valle, cuando en una hermosa mañana de verano, estando el cielo claro y con aquel azul turquí propio del aire seco y enrarecido de las altas montañas, se asoma uno por cualquiera de las torres de la catedral de México o por lo alto de la colina de Chapultepec”.
Más aún, consideraba que la capital debía contarse entre las más hermosas ciudades que los europeos habían fundado en ambos hemisferios, si bien alcanzó a percibir un fenómeno que ya entonces era de gravedad extrema y acabó en el desastre ecológico en curso: el paulatino proceso para desecar la cuenca lacustre, que dejó sin ríos la ciudad. Y atestiguó también que la Nueva España era “el país de la desigualdad” en “la distribución de fortunas, civilización, cultivo de la tierra y población”.
Como anota Labastida en este ensayo, después del viaje del barón México logró la independencia, luchó contra dos imperios, hizo una revolución y, agrego yo, alcanzó la alternancia de poder, sin que se pudiera abatir esa miseria que se ha profundizado.
Bastaecharunvistazoaloscrucesdeavenidasparaver cómoapartirdelapandemia,elencierroylacrisissubsecuente, los limpiaparabrisas han aumentado su presencia y membresía, con hasta una decena de ellos cayendo sobre los automovilistas en una sola esquina sin dar espacio para negarles la maniobra, que deja más sucios los autos las más de las veces. Puedo decir que por lo menos se debe haber duplicado el número de estos personajes en los recorridos diarios de San Pedro de los Pinos a MILENIOapartirdelconfinamiento.Sonlamiseriayladesigualdad que vio Humboldt. Potenciadas.
El barón atestiguó el paulatino proceso para desecar la cuenca lacustre, que dejó sin ríos la ciudad