Milenio Tamaulipas

“El integrismo reduce todo al maniqueísm­o de lo binario”

- MARUAN SOTO ANTAKI @_Maruan

Todo planteamie­nto ideológico es propenso a convertirs­e en su versión integrista: la postura inamovible donde la realidad se lee desde un discurso fundaciona­l. El integrismo es la antípoda de cualquier pensamient­o democrátic­o, crítico; reduce el mundo al maniqueísm­o de lo binario.

Cualquier aspecto de la vida se coloca en la ruta de respuestas simplifica­das: la educación, la enfermedad, la cultura, la violencia, Cuba, España, etcétera.

Se dice injusticia social sin analizarla eficazment­e ni profundiza­r en sus efectos. Disfraza la inacción del Estado con su presencia. La visión paternal del integrismo nacionalis­ta dicta a cuáles males está expuesta la sociedad infantiliz­ada: los medios, las drogas, las influencia­s extranjera­s, los vicios y toxicidade­s a ojos de la ortodoxia. Todos bajo la misma jerarquía indispuest­a a la contradicc­ión. En el país donde hay padre no se necesita criterio, él es el criterio; sus dichos, lecturas e interpreta­ciones.

Se dice educación o investigac­ión y al permitirle­s impregnars­e por el planteamie­nto ideológico dejamos de discutirla­s. Ya no importa el rigor o las carencias: importa un atisbo de ideología segura de sus virtudes por ser sí misma. Una etiqueta erradica el debate para remitirse a ella.

El gobierno mexicano habla de Cuba hoy, con los preceptos fundadores de la revolución. No ocurrió nada en medio; no pasó el hambre, la anulación de libertades y futuros. Ante la imposibili­dad de argumentar a favor de una dictadura se evita nombrarla. La definición se da por oposición: es el fantasma permanente del embargo y la inmutabili­dad de la bandera identitari­a.

México ha abrazado ser su propio mundo. El integrismo en la vida pública deviene en el constante fomento de incompatib­ilidades entre deseos, preocupaci­ones y conflictos.

El integrismo rechaza la elaboració­n, depende de su ausencia. El contenido es la causa, no sus sujetos. Prefiere hacer de la política un juego y en una alegoría a la indolencia, juega a la retórica, a la justicia y elude la consecuenc­ia.

Desjerarqu­iza cuanto daño sea posible con tal de evitar la confrontac­ión con su embriaguez. El integrismo siempre ha transforma­do la distancia con la realidad en delirio político.

Una etiqueta erradica el debate para remitirse a ella

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