“El integrismo reduce todo al maniqueísmo de lo binario”
Todo planteamiento ideológico es propenso a convertirse en su versión integrista: la postura inamovible donde la realidad se lee desde un discurso fundacional. El integrismo es la antípoda de cualquier pensamiento democrático, crítico; reduce el mundo al maniqueísmo de lo binario.
Cualquier aspecto de la vida se coloca en la ruta de respuestas simplificadas: la educación, la enfermedad, la cultura, la violencia, Cuba, España, etcétera.
Se dice injusticia social sin analizarla eficazmente ni profundizar en sus efectos. Disfraza la inacción del Estado con su presencia. La visión paternal del integrismo nacionalista dicta a cuáles males está expuesta la sociedad infantilizada: los medios, las drogas, las influencias extranjeras, los vicios y toxicidades a ojos de la ortodoxia. Todos bajo la misma jerarquía indispuesta a la contradicción. En el país donde hay padre no se necesita criterio, él es el criterio; sus dichos, lecturas e interpretaciones.
Se dice educación o investigación y al permitirles impregnarse por el planteamiento ideológico dejamos de discutirlas. Ya no importa el rigor o las carencias: importa un atisbo de ideología segura de sus virtudes por ser sí misma. Una etiqueta erradica el debate para remitirse a ella.
El gobierno mexicano habla de Cuba hoy, con los preceptos fundadores de la revolución. No ocurrió nada en medio; no pasó el hambre, la anulación de libertades y futuros. Ante la imposibilidad de argumentar a favor de una dictadura se evita nombrarla. La definición se da por oposición: es el fantasma permanente del embargo y la inmutabilidad de la bandera identitaria.
México ha abrazado ser su propio mundo. El integrismo en la vida pública deviene en el constante fomento de incompatibilidades entre deseos, preocupaciones y conflictos.
El integrismo rechaza la elaboración, depende de su ausencia. El contenido es la causa, no sus sujetos. Prefiere hacer de la política un juego y en una alegoría a la indolencia, juega a la retórica, a la justicia y elude la consecuencia.
Desjerarquiza cuanto daño sea posible con tal de evitar la confrontación con su embriaguez. El integrismo siempre ha transformado la distancia con la realidad en delirio político.
Una etiqueta erradica el debate para remitirse a ella