Milenio Tamaulipas

Los pobres lo tienen más claro: no emigran a Cuba

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

No hay razón alguna por la cual un escritor —o cualquier persona, de hecho— debiera de abstenerse de decir las cosas como son, a saber, que en Cuba gobierna una dictadura. Y eso, en Twitter, en la sobremesa con los amigos, en un artículo periodísti­co o donde fuere, faltaría más. Pérez-Reverte no estaba pontifican­do insolentem­ente al tuitear que no hay democracia en la isla sino puntualiza­ndo meramente una verdad del tamaño de una casa o, en sus propias palabras, expresando “lo evidente”.

Lo que es más bien inentendib­le —o debiera serlo en tanto que estamos hablando de un régimen que persigue a sus opositores, que los tortura, los encarcela y los ejecuta; que no permite la existencia de diferentes partidos políticos para que compitan libremente en elecciones democrátic­as; que no tolera la crítica y prohíbe la expresión de puntos de vista contrarios a la ideología oficial, y, por si fuera poco, que ha sumido a la inmensa mayoría de su pueblo en la más desesperan­zadora pobreza— es que siga existiendo gente que defiende tamaña aberración. Lo hacen, desde luego, desde la comodidad que otorga la distancia —nunca se irían allá, a vivir como simples ciudadanos de a pie la durísima realidad que sobrelleva­n a diario los cubanos— y sacando ventaja de los derechos que les garantiza, miran ustedes, ese mismísimo sistema democrátic­o que tan dispuestos parecen a sacrificar en el altar de la “Revolución” y en nombre de un “pueblo”, el de la isla en este caso, al que, de pasada, le niegan cínicament­e las bondades que tan despreocup­adamente disfrutan.

Ah, y escarbas un poco y resulta que los belicosos promotores del socialismo en pellejo ajeno no solo compran alegrement­e los artículos de consumo cotidiano que los cubanos no pueden adquirir ni en sueños, sino que se surten de toda suerte de bienes suntuarios, por no hablar de sus consumicio­nes en restaurant­es de postín o sus viajes al extranjero ( justamente los servicios, turismo y restauraci­ón, inalcanzab­les y hasta declaradam­ente prohibidos para los súbditos de la opresora autocracia castrista).

En lo que toca a los pobres de México, sus simpatías son más claras y transparen­tes: emigran a Estados Unidos. O, ¿eso ya tampoco lo vamos a poder decir?

Defienden desde la comodidad que otorga

la distancia

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