Los pobres lo tienen más claro: no emigran a Cuba
No hay razón alguna por la cual un escritor —o cualquier persona, de hecho— debiera de abstenerse de decir las cosas como son, a saber, que en Cuba gobierna una dictadura. Y eso, en Twitter, en la sobremesa con los amigos, en un artículo periodístico o donde fuere, faltaría más. Pérez-Reverte no estaba pontificando insolentemente al tuitear que no hay democracia en la isla sino puntualizando meramente una verdad del tamaño de una casa o, en sus propias palabras, expresando “lo evidente”.
Lo que es más bien inentendible —o debiera serlo en tanto que estamos hablando de un régimen que persigue a sus opositores, que los tortura, los encarcela y los ejecuta; que no permite la existencia de diferentes partidos políticos para que compitan libremente en elecciones democráticas; que no tolera la crítica y prohíbe la expresión de puntos de vista contrarios a la ideología oficial, y, por si fuera poco, que ha sumido a la inmensa mayoría de su pueblo en la más desesperanzadora pobreza— es que siga existiendo gente que defiende tamaña aberración. Lo hacen, desde luego, desde la comodidad que otorga la distancia —nunca se irían allá, a vivir como simples ciudadanos de a pie la durísima realidad que sobrellevan a diario los cubanos— y sacando ventaja de los derechos que les garantiza, miran ustedes, ese mismísimo sistema democrático que tan dispuestos parecen a sacrificar en el altar de la “Revolución” y en nombre de un “pueblo”, el de la isla en este caso, al que, de pasada, le niegan cínicamente las bondades que tan despreocupadamente disfrutan.
Ah, y escarbas un poco y resulta que los belicosos promotores del socialismo en pellejo ajeno no solo compran alegremente los artículos de consumo cotidiano que los cubanos no pueden adquirir ni en sueños, sino que se surten de toda suerte de bienes suntuarios, por no hablar de sus consumiciones en restaurantes de postín o sus viajes al extranjero ( justamente los servicios, turismo y restauración, inalcanzables y hasta declaradamente prohibidos para los súbditos de la opresora autocracia castrista).
En lo que toca a los pobres de México, sus simpatías son más claras y transparentes: emigran a Estados Unidos. O, ¿eso ya tampoco lo vamos a poder decir?
Defienden desde la comodidad que otorga
la distancia