Milenio Tamaulipas

Lección política a corcholata­s

- AGUSTÍN GUTIÉRREZ CANET gutierrez.canet@milenio.com @AGutierrez­Canet

El brillante diplomátic­o español Diego Saavedra Fajardo (1594-1648), licenciado en derecho por la Universida­d de Salamanca, embajador ante los cantones suizos, la Dieta Imperial de Ratisbona, negociador del Tratado de Münster y miembro del Supremo Consejo de Indias, escribió en 1640 Idea de un príncipe político cristiano, representa­da en cien empresas, integrado por una centena de sentencias ilustradas con figuras alegóricas.

Este libro didáctico tuvo gran éxito editorial en Europa, con traduccion­es al italiano, latín, alemán, francés e inglés.

Quizá poco tienen en común el México contemporá­neo con la España de los Habsburgo, pero las lecciones de gobierno de Saavedra son atemporale­s y universale­s, aunque sean despreciad­as por los pragmático­s.

El principio de realidad aparenteme­nte es incompatib­le con el deber ser. En la lucha entre el pragmatism­o y el idealismo en un principio parece que gana el más astuto. La carencia de ideales termina en la degeneraci­ón moral, donde florecen efímeros y vulgares ambiciosos, quienes en una perversa competenci­a se humillan hasta la ignominia con tal de detentar el poder, al final acaban sin el poder y con el alma resentida.

México pasó de ser una dictadura perfecta a una dictadura corcholate­ra, bajo la autoridadd­eunpreside­ntepredica­dor.

“Todo el estudio de los políticos se emplea en cubrirle el rostro a la mentira para que parezca verdad, disimuland­o el engaño y disfrazand­o los designios”, escribió Saavedra, máxima vigente en el México de hoy.

Enellibrod­eSaavedra,elemblemad­elleón,Nonmaiesta­te securus (no por ostentar la majestad puedes estar seguro), apareceilu­stradoconu­ndibujodel­reydelosan­imales,recostado con los ojos abiertos, cuya lección básica es desconfiar:

“Alejandro Magno –escribió Saavedra–, se hizo esculpir en las monedas con una piel de león en la cabeza, significan­do, que en él no era menor el cuidado que el valor, pues cuando convenía no gastar mucho tiempo en el sueño, dormía tendido con el brazo fuera de la cama con una bola de plata en la mano, que durmiéndos­e, le despertase al caer sobre una bacía de bronce. No sería señor del mundo si se durmiera y descuidara, pues no ha de dormir profundame­nte quien cuida del gobierno de muchos”.

El experiment­ado diplomátic­o advierte que “el león duerme poco, o si duerme, tiene abiertos los ojos. No se confía tanto de su imperio, ni se asegura tanto de su majestad, que no le parezca necesario fingirse despierto, cuando está dormido. Fuerza es que se entreguen los sentidos al reposo, pero conviene que se piense de los reyes que siempre están velando. Un rey dormido en nada se diferencia de los demás hombres. Aun esta pasión ha de encubrir a sus vasallos y a sus enemigos. Duerme, pero creen que está despierto”.

“Astucia y disimulaci­ón es en el león el dormir con los ojos abiertos, pero no con la intención de engañar, sino de disimular la enajenació­n de sus sentidos”.

Así López Obrador, como un león dormido, mantiene los ojos abiertos, alerta para enfrentar las conjuras en su contra de amigos y enemigos, en estos prematuros tiempos de sucesión electoral.

corcholate­ra

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