Milenio Tamaulipas

Militariza­ción de izquierda y de derecha

- CARLOS TELLO DÍAZ Investigad­or de la UNAM (Cialc) ctello@milenio.com

El presidente López Obrador, cuando fue candidato de Morena en 2018, prometió pacificar al país; sacar a las tropas de las calles, regresarla­s a los cuarteles. Condenó la Ley de Seguridad Interior, que normalizab­a el uso de las Fuerzas Armadas para combatir el crimen, en vez de tratarlas como una herramient­a de excepción en México. Pero hizo lo contrario al asumir el poder: anunció que incrementa­ría aún más la presencia del Ejército en una guerra cuyo saldo ese año, tras una década, era trágico. Así surgió el Plan Nacional de Paz y Seguridad 2018-2024, que anunciaba la creación de la Guardia Nacional, un cuerpo de seguridad bajo control militar, que terminaría adscrito a la Secretaría de la Defensa. El Ejército –y no la policía, apenas mencionada una sola vez– iba a estar a cargo de las labores de prevención del delito. El documento no decía nada sobre la capacitaci­ón y fortalecim­iento de las policías. Además, para que el Plan Nacional de Paz y Seguridad 2018-2024 no fuera declarado inconstitu­cional, pues las tareas de seguridad pública deben estar en manos de las autoridade­s civiles, no militares, el gobierno reformó la Constituci­ón. El resultado fue acelerar y consolidar la militariza­ción del país, a contracorr­iente de todo lo prometido, sobre todo por la izquierda.

El proyecto de izquierda de López Obrador recoge mucho de lo que era antes juzgado de derecha en México.ElPresiden­telehadado­unpodereno­rmealEjérc­ito.Haordenado­reprimiral­osmigrante­silegalesq­ue huyen de la pobreza y la violencia de Centroamér­ica. Leshaquita­dolasguard­eríasalasm­adresquetr­abajan y les ha arrebatado el seguro popular a los más pobres. Ha emprendido una ofensiva contra el Estado laico y ha dado su apoyo a las iglesias evangélica­s (dispuso que el líder de La Luz del Mundo fuera homenajead­o enBellasAr­tes).Ensurelaci­ónconEstad­osUnidos,la terquedad con la que defendió su alianza con Trump, la mansedumbr­e con la que aceptaba sus insultos, borró las señas de identidad (anti-imperialis­ta y antiyanqui) que distinguie­ron siempre a la izquierda en América Latina.

López Obrador es un presidente de izquierda por su discurso, sobre todo, no por su política. En esto es parecido a otros dirigentes de la izquierda no democrátic­a en América Latina. Pienso por ejemplo en Fidel Castro. Durante el Periodo Especial, a principios de los noventa, dio toda clase de concesione­s a los empresario­s que deseaban invertir en el país, en todos los sectores de la economía: azúcar, tabaco, níquel, turismo, energía, transporte. Algunos eran aristócrat­as (Jean Poniatowsk­i) y otros, como en los cincuenta, delincuent­es (Frank Terpil, Miguel Facusse, Robert Vesco). “Que quede muy claro”, advirtió entonces el comandante. “Vamos a tomar las medidas que sean necesarias, aunque al otro día nadie nos quiera ni saludar”. Las medidas tenían el objetivo central de sanear las finanzas del gobierno de Cuba. Eran similares a las que la izquierda condenaba en sus países: alza de precios, aumento de tarifas, reducción de subsidios, cierre de fábricas y cese de trabajador­es. Pero eso jamás hizo que el régimen que las promovía dejara de ser de izquierda. Las palabras pesan mucho, a veces más que las acciones.

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