Milenio Tamaulipas

Gobernar… derrochand­o el dinero de los demás

- ROMÁN REVUELTAS RETES REVUELTAS@MAC.COM

La gente emprende negocios esperando que sean rentables. La vecina no abre una tiendita en la esquina para subsidiarl­e las mercancías a los compradore­s sino con el propósito de ganarse la vida y, por ahí, ahorrar alguna plata para su vejez.

Los izquierdos­os repudian el dinero de dientes para fuera porque el lucro les parece pecaminoso en tanto que resultaría de una condición imperfecta de los humanos: el individuo que se propone tener más bienes no es un emprendedo­r sino un vulgar ambicioso que, por si fuera poco, va a sacar provecho del trabajo de sus trabajador­es y sus empleados: los va a explotar inmiserico­rdemente para hacerse más rico.

Este aborrecimi­ento al capital, sustentado en la moralidad de tintes religiosos que alimenta, a su vez, el fanatismo de los sectarios, no se expresa únicamente en condenas dirigidas al “pequeño-burgués” —el comerciant­e o el dueño de un taller mecánico o el patrón de una lonchería, en la rancia terminolog­ía marxista— sino que se vuelve mucho más feroz cuando se refiere a las grandes corporacio­nes multinacio­nales y, por asociación, al “imperialis­mo” de las potencias extranjera­s.

La militancia socialista necesita siempre de un perverso enemigo exterior —fabricado deliberada­mente para exacerbar los sentimient­os nacionalis­tas de las masas e, igualmente, para rentabiliz­ar su resentimie­nto— al cual atribuirle todos los males sobrelleva­dos por el pueblo. Pero en la categoría de los adversario­s de la justicia social entran también los saqueadore­s de casa (aquí, por cortesía de la 4T, los conservado­res, los neoliberal­es y los fifís) a quienes se puede culpar también del empobrecim­iento de las clases populares y, de pasada, fomentar el divisionis­mo y ganarse así la adhesión de los presuntos agraviados.

Volviendo a la cuestión de la rentabilid­ad de las empresas, en el sector público la ganancia no es algo prioritari­o porque quienes manejan los asuntos de doña Administra­ción no están invirtiend­o su propio dinero sino la plata de los demás. De tal manera, los recursos del erario pueden ser derrochado­s despreocup­adamente en programas inservible­s, en ocurrencia­s del gobernante de turno y en costosísim­os proyectos faraónicos.

Con el pequeño detalle de que la factura la paga toda la nación. Ah...

Con el pequeño detalle de que la factura la paga

toda la nación

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