La educación que merecemos
Decepción e incredulidad, despertaron los recientes cambios en la Secretaría de Educación a nivel federal. No se trata de juzgar o de evaluar por anticipado a la nueva titular. Ni de poner en entredicho sus capacidades.
El tema es que tiene muchos años alejada de la educación y dedicada a funciones políticas. El sentido común sería que en ese tipo de puestos, y sobre todo en este tan delicado, dadas las deplorables circunstancias educativas de México, se convocara a los académicos más destacados y reconocidos del país. No debiera elegirse por dedazo del Presidente, al más puro estilo charro y retrógrada.
Pero más allá de las reacciones de algunos interesados en el tema, el resto del país, en su absoluta mayoría, ni por enterado se dio del cambio de titularidad en la SEP. Y se entiende tal apatía social; por algo tenemos los espantosos últimos lugares en educación de la OCDE.
Nuestros estudiantes universitarios promedio no saben leer ni escribir ni hablar en público. Y la recesión laboral y tecnológica en que vivimos, además de la corrupción gubernamental, está poderosamente asociada a la falta de competitividad profesional.
El común de los padres de familia ve a la escuela como una gigantesca guardería; no están al pendiente del aprendizaje de sus hijos.
Año tras año la educación primaria sigue perdiendo el tiempo en prácticas absurdas; como desfiles de banderas y trajes de la ONU, enseña mentiras sobre los niños héroes (sobre hechos que jamás existieron) y farsas relacionadas con Miguel Hidalgo y la independencia de México.
Al padre de familia promedio no le preocupa la educación básica de su hijo, mucho menos va a involucrarse en su formación profesional.
Tenemos a dentistas impartiendo clases de psicología sobre materias como neurofisiología y psicopatología. Dos o tres alumnos protestan, pero el resto lo ven como una preocupación menos, al tener un maestro “barco” en asignaturas complejas como esas.
La espantosa inoperancia de nuestros directivos al frente de la educación no es más que la sombra, o el fiel reflejo de la insensibilidad de las grandes masas de esta nación. Un espantoso conformismo que nos adentra en el extravío.
Un espantoso conformismo que nos adentra en el extravío