Los hijos de Narciso
Todos los dictadores han sido y son… narcisistas, que es un trastorno de la personalidad. Se creen el centro del Universo, que el mundo gira alrededor suyo.
Requieren ser admirados y que quienes les rodean, que tengan capacidad de tomar grandes decisiones sin reparar en las consecuencias, ante las cuales se asumen como no responsables.
Aspiran a la grandeza y se apuntan como la persona que debe alternar con los grandes hombres consagrados por la
Historia y apela a algunos de ellos, aunque su consagración a veces procede de la propaganda de gobiernos pasados por conveniencia política.
En el fondo, el narcisista muestra un vacío que sufrió en sus primeros años, generalmente de privaciones, sin apego a una familia, desconectado con la sociedad y sin ocupación fija y remunerada.
Basta repasar la biografía de grandes dictadores del siglo XX como Stalin, Hitler, Mussolini y nuestros dictadores tropicales para corroborar las coincidencias. Ellos ansiaron la grandeza aunque el costo fuera demasiado grande y a riesgo de dejar a sus países en ruinas.
Este tipo de personas buscan con ansiedad enfermiza el reconocimiento no de las personas ilustres, críticas e independientes, sino de las masas que se mueven más por las necesidades básicas que por ideales, en las cuales es relativamente fácil sembrar división y la creencia de que hay un enemigo en el cual no habían pensado.
Padres de familia acudieron a las papelerías, tienda de uniformes y zapaterías para adquirir de última hora los artículos del regreso a clases. Muchos locales han tenido buenas ventas después de dos años inciertos que, incluso estuvieron a punto de cerrar derivado de la pandemia mundial.
El narcisista con poder político ha tenido una pobre autoestima y se regodea al rodearse de personas a su servicio que le sonríen, pero que en el fondo no creen en él. Ello se vuelve en un doble juego que termina en cuanto desaparece la sonrisa.
Este prototipo de personaje carece de suficiente instrucción y experiencia para gobernar, y cuando accede a ese poder no sabe qué hacer con él, siendo proclive a decisiones insensatas, y además, incapaz de alternar con otros que poseen formación, estudios y cultura a quienes desprecia, porque no tiene capacidad de sostener con ellos un diálogo inteligente. Indudablemente que el narcisista tiene su encanto y la habilidad para sugestionar a las mayorías, al afirmar que no hay diferencias y que “todos debemos ser iguales”, prometiendo algo intangible e imposible de lograr: el paraíso terrenal. Allí está otra clave de su permanencia: mentir sin sonrojo.
La incorruptible y severa Historia dirá la última palabra.
La incorruptible y severa Historia dirá la última
palabra