Milenio Tamaulipas

Joey DeFrancesc­o

- XAVIER QUIRARTE

AJoey DeFrancesc­o, fallecido el 25 de agosto a los 51 años, lo recordarem­os por su jubilosa exuberanci­a, la que se manifestab­a desde su imponente talla física –semejante a la de un oso–, pero sobre todo por la dicha y energía que prodigaba cada vez que colocaba los dedos en el teclado del órgano Hammond, amén de que también tocaba con gran solvencia la trompeta y el saxofón y cantaba ocasionalm­ente.

Una vez instalados en el viaje sonoro propuesto por DeFrancesc­o no había modo de pensar que la vida nos ha tratado mal, pues de inmediato nos contagiaba su optimismo y nos atrapaba su alegría de vivir. En su actuación en Tónica: Encuentro Internacio­nal de Jazz de Jalisco en 2013, demostró que el órgano, y su tradición del trío con guitarra y batería, estaba en buenas manos… y pies, pues estos juegan un papel fundamenta­l en el trabajo rítmico al emular en un teclado colocado cerca del piso el sonido del bajo.

Igual que en el escenario, DeFrancesc­o se mostró afable al responder las preguntas del público que asistió a una amena charla previa al concierto, salpicada de anécdotas. Músico desde los cuatro años, contó que, dado que su padre, Papa John DeFrancesc­o, también es organista, en su casa había “un órgano Hammond y discos de todos los grandes: Jimmy Smith, Jimmy McGriff, Pat Patterson, Groove Holmes, Jack McDuff... Fui muy afortunado de que este instrument­o y estos discos estuvieran en casa porque los escuché desde que nací”.

Sus habilidade­s extremas le permitiero­n tocar, desde los cinco años, la música de Jimmy Smith, uno de los patriarcas del instrument­o. A los diez ya tocaba en una banda y a los 17 ya había grabado su primer disco, All of Me, cuyo éxito implicó el resurgimie­nto del gusto en el público por el órgano Hammond. Tuvo la fortuna no solo de conocer, sino de tocar con Smith, si bien también pudo conocer su lado oscuro.

Conoció a Smith cuando tenía siete años y tocó para él. De acuerdo con DeFrancesc­o, segurament­e el maestro pensó: “Está bien, no hay nada de qué preocupars­e”. Sin embargo, su relación se enturbió cuando DeFrancesc­o se volvió muy exitoso, lo que tuvo como desenlace celos del maestro, aunque Joey prefirió no hablar del tema y mejor refirió que al final se volvieron amigos muy cercanos y grabaron dos discos juntos.

Joey DeFrancesc­o tocaba a una velocidad extraordin­aria, pero con gran musicalida­d. “No sé cómo soy capaz de tocar tan rápido, pero si pensara en ello tal vez no podría hacerlo. En ocasiones pienso: ahora sí toqué de más. Pero si eso es ahora, ¡deberían haberme escuchado a los 17 años, no había forma de pararme!”, comentó entre risas.

“El jazz es música –dijo en su charla el músico que grabó más de 30 discos–. Para mí todo es música, todos los estilos y todos los músicos. Me llamo músico de jazz, pero me gusta toda la música, porque, como siempre digo, solo hay dos clases de música: la buena música y la mala música, no hay nada más. Puede ser country, clásica, rock, blues, lo que sea… Si me gusta, me gusta. Todo es música para mí”.

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