El viejo Lou
Escuchando al Yankee Stadium, con Medias Rojas dentro y Judge contemplando el derecho, recordé aquel septiembre de 1995, eterno, en el que Cal Ripken Jr. fundió el acero. Fue un miércoles 6, por la noche, cruzando la quinta, cuando el parador en corto de Baltimore levantó su gorra, señaló el estadio en sus cuatros costados y dejó una cifra sobre el campo: 2,131 partidos consecutivos.
Ripken persiguió, sin saberlo, a Lou Gerigh durante 13 años. El antiguo Caballo de Hierro había jugado 2,130 partidos seguidos hasta que una enfermedad, entonces llamada el mal de Gerigh, hoy conocida como ELA, le retiró.
Medio siglo después el viejo Lou recuperaba la vida cada vez que Ripken pisaba el diamante. Cuando una marca tan grande se rompe, hay dos deportistas jalando la línea del tiempo en cada extremo. Ripken y Gerigh, separados por 56 años, no permitieron que el deporte envejeciera.
Esa noche, escuchando al Mago Septién y Sonny Alarcón relatar la hazaña de Ripken, sentí una enorme tristeza por Gehrig: su espíritu estaba perdiendo el último contacto que tenía con la tierra. Sentí pena también porque una de las marcas más valiosas de todos los tiempos, en todos los deportes, ya no pertenecía a los Yanquis de Nueva York.
Ahora con Judge (60), persiguiendo a Maris, revivimos al viejo Roger: otro pelotero con gorra de algodón, franela de botón y el bate de bastón.
Esta vez, al cruzar la barda, el 61 y 62 seguirán en el Bronx.
El deporte me regaló la máquina del tiempo, funciona con una moneda de quarter dollar y el grito de play ball, el chasquido de la madera, el olor de una manopla, el bateador que resopla, la pelota contra el guante, el brazo del pitcher colgante, un tirabuzón, una ovación y un home run, las hojas del calendario, las del vecindario y las ramas arañando el tejado, un partido, el mismo horario, la radio y la televisión, el sonido de la estación, el otoño: el beisbol.
Cuando una marca
se rompe, hay dos deportistas jalando la línea del tiempo
en cada extremo